El Ministerio de Cultura de Ernesto Sámper
Los Ministerios de Cultura fueron una de las varias invenciones de los dictadores de estados totalitarios (nazismo, fascismo, franquismo, degaullismo y comunismo), a fin de controlar y canalizar la información histórica, literaria o de cualquiera índole, en naciones y estados que luchaban por la supremacía mundial y necesitaban que sus ciudadanos no se ocuparan de cosa distinta de la que decía el estado totalitario. Los Ministerios de Culturas y las enciclopedias parecen ser de la misma especie. Quieren orientar al ciudadano hacia los deseos y apetitos, verdades y satisfacciones de quienes detentan el poder en un momento determinado.
Y si ello es así en en el plano de las teorizaciones generales, en nuestro caso el asunto tiende a agravarse. Aquí, lo que se llama “cultura” es un negocio de muy pocas familias, muchas menos que las que detentan los negocios de las gaseosas o los polos asados. Familias que serían las primeras en salir favorecidas con el nuevo aparato de distribución de favores y donde, por supuesto, serían designados, para la concesión de los mismos hasta el fin de los siglos, los vástagos y descendientes de las Familias Culturales.
En un estado democrático, ningún sector, por influyente que sea, debería ser favorecido en detrimento de otros. Uno acepta, por que parece no haber otra salida, que el deporte, la radio, la televisión, las aguas y las tierras tengan vigilantes estatales, pero decir que las manifestaciones culturales requieren de guías y gratificadores desde las capillas de los partidos y el partido que gobierna, no es más que otra avivatada política.
En los estados que surgieron luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, las artes y las letras y las manifestaciones culturales de sus comunidades han renunciado al tutelaje del Estado y los Partidos, pues entienden como condición primera la libertad para obrar y crear. Si queremos un estado democrático, la cultura no puede depender de los favores que reparten los aparatos del Estado y sus agentes. Bien puede cada comunidad, con el actual régimen municipal, dictar en cada caso y cuando corresponda, los auxilios que requiera su comunidad para fomentar proyectos culturales comunitarios sin que exista un ente regulador general desde los Consejos de Ministros o la Oficina de la Primera Dama de la Nación. Lo que los artistas y las comunidades necesitan es más y mejores bibliotecas, salas de concierto, auditorios, prensa libre, editoriales libres, que les permitan tanto crear como difundir sus invenciones. Todo ello, como puede entenderlo cualquiera con tres dedos de frente, basado en la extensión masiva de la educación de los ciudadanos, a través de escuelas, universidades y centros culturales cuya base sea un libérrimo ejercicio de la cátedra libre y la investigación.