Alberto da Costa e Silva

-¿Cuáles poetas hacen parte de su generación?

-A finales de los últimos años de la Segunda Guerra Mundial surgen en Brasil varios nuevos poetas. Unos venían de antes, como Vinícius de Morães, que es una especie de puente entre la última generación Modernista y la primera post-Modernista. En esos años aparece un poeta de gran importancia, João Cabral de Melo Neto con su libro Pedra do sono, pero su libro de mayor importancia es de 1947, Psicologia da composiçao e fábula de Anfión e Antiode. Cabral es un poeta extremadamente formal, no es que sea un Valery porque tiene una teoría diferente a aquel, una teoría seca, irónica y directa, pero de la escuela del francés, que resulta en una poesía sin inspiración, construida por la mente, que escoge y disciplina. En ese momento también aparecieron las revistas literarias que interesan aún hoy. Cada estado tenía dos o tres revistas y allí empezaron a aparecer gentes que no habían publicado y cuya característica era un regreso a la precisión verbal y a las formas fijas de la poesía pre-modernista. Fueron poetas muy variados, algunos de fuerte construcción verbal como Pericles Eugenio da Silva Ramos o Domingos Carvalho da Silva, otros neo-románticos a la manera de Vinícius de Morães, pero con otro lenguaje como Ledo Ivo, Alfonso Félix de Sousa y Fernando Ferreira de Loanda, o poetas que estaban en la línea de Drummond de Andrade, como Bueno Rivera, o en la línea de Jorge de Lima, como Dantas Motta, cuya poesía se corresponde con la prosa de Guimarães Rosa. Dantas Mota fue un poeta fuerte e interesantísimo, pero está muy olvidado. Su libro, Elegías do país das Gerais, que sucede en la misma región que la novela de Guimarães Rosa, es uno de los grandes libros de la poesía brasileña contemporánea. Cuando yo empecé a publicar todos queríamos escribir como Darcy Damasceno que con sus veinte y pocos años ya era un poeta de enorme calidad. El mejor de nosotros.

-Usted es del treinta y uno...

-Pero empecé a publicar desde que tenía diez y siete y a escribir a los ocho. Como le he dicho queríamos escribir como Damasceno o Cabral, pero los dos eran muy distintos pero comenzaron a escribir a la perfección. En Darcy no sientes que haya tenido años de aprendizaje. El empieza a escribir y ya es perfecto. Y lo será hasta la muerte, con un sentido tal que su última edición de poemas, sus poesías completas, tiene menos poemas que las ediciones anteriores. Cada vez que publicaba ponía nuevos poemas y quitaba otros. Esa era la situación cuando comencé a publicar, pero en realidad yo pertenezco a una generación que viene después de esa, la que se llama ahora del Cuarenta y cinco y a la que pertenecen también Affonso Avila, Ferreira Gullar, Marly de Oliveira, Carlos Pena Filho, Mario Faustino, Fernando Mendes Viana, Lelia Coelho Frota y algunos otros más jóvenes como Walmyr Ayala, Carlos Nejar, Affonso Romano de Sant´Anna y Armindo Trevisan.

-Su poesía es muy distinta a la que se escribe en Brasil en los años cincuenta a sesenta...

—Los poetas concretistas pertenecen a mi generación, publicaron sus libros en la misma época. En ese momento la poesía brasileña toma distinta direcciones. Una de ellas sería la neoclásica, a la que pertenezco, otra buscó hacer una poesía de participación social como la que hace Moacyr Félix y un tercer grupo, de vanguardia, al que perteneció al principio Ferreira Gullar con su Lutta corporal, uno de los mejores libros publicados en Brasil en las últimas décadas, un libro que es una extraordinaria interrogación sobre el lenguaje. A ese grupo pertenece también Mário Chamie y los poetas concretos, siempre centrados en las figuras de los hermanos Augusto y Haroldo de Campos y su casi hermano Décio Pignatari. Sus libros se llamaron Noigrandres. La poesía concreta fue una invención extraordinaria en determinado momento, porque la gente muchas veces dice que eso ya estaba en los caligrammes de Apollinaire y algunos poemas de Christian Morgenstern, pero la poesía concreta es cosa diferente, fue sacar la poesía de los oídos y llevarla a los ojos, porque a pesar de todo lo que hubo, la poesía continuaba siendo «de la musique avant toute chose» y es con la poesía concreta que pasa a ser «de la peinture avant toute chose». Entonces ella trae con los hermanos Campos, con Pignatari, con José Limo Grünewald, con Pedro Xisto, para la poesía contemporánea el predominio del ver, la rehabilitación de la letra sobre la página. Yo creo que la poesía concreta fue una gran aventura de la inteligencia y la sensibilidad. Pero una aventura que no podía prolongarse en el tiempo.

-¿La aparición de la poesía Concreta se corresponde en Brasil con un momento de crisis de desarrollo del país?

-No corresponde con la crisis. Por el contrario, se corresponde con el momento de mayor expansión de la economía de Brasil. Con el tercer momento de modernización del país. La poesía Concreta es de la época de Juscelino Kubitchek de Oliveira, es el momento de la construcción de Brasilia y la consolidación de la industria pesada, cuando empezamos a construir automóviles, aviones y barcos. La poesía Concreta representa ese momento histórico. Los años que van de 1956 a los primeros sesentas.

- ¿Porqué se hizo poeta?

-Me hice poeta porque traía esto en la sangre, porque mi papá era poeta, porque entonces yo tenía en la familia numerosos poetas, porque del lado materno yo desciendo de un hermano de Bernard Le Bovier Fontenelle que fue sobrino de Pierre y Thomas Corneille, de manera que yo tengo esto en la sangre. Yo me crié y crecí entre libros, puedo decirle lo siguiente, hay un verso de Baudelaire que no sé, si usted Alvarado, recuerda: Mon berceau s´adossait à la bibliothéque. Eso es lo que a mi me sucedió, yo nací en una casa llena de libros, yo no he conocido visión distinta a la de los estantes de libros, de manera que crecí en una sala llena de libros que era el paraíso terrenal. Cosa que influyó en el niño que fui, pero no fue solo eso, yo creo que cuando estaba solo y ya he escrito sobre esto en mis memorias [tituladas Espejo del príncipe] yo oía mis propias palabras, las que me decía a mi mismo. En el fondo todo poeta habla para si mismo y va descubriendo que las palabras tienen una vida propia dentro de él, que ellas pasan a tener color y movimiento dentro de él. Y esta es una cosa que uno construye en su infancia, al menos esa es mi experiencia, pues comencé a escribir a los ocho y nueve años.
Mi poesía es una poesía proustiana, a mi me interesa lo que a él, reconquistar la infancia, la poesía como reconquista de lo que viví, de lo que vi, y para eso, naturalmente, ha influido mucho las condiciones peculiares de mi vida. Yo hago una poesía muy confesional, una poesía para no tener que ir al siquiatra, porque yo fui un niño con un padre enfermo...

-Con el padre, poeta y enfermo...

-Enfermo, sí. Mi padre perdió la razón a los cuarenta y tantos. Tuvo un destino parecido al de Hölderlin. Yo fui una especie de marcenero Zimmer, que cuidaba de su padre. Lo que quiero decir es que me crié en un dialogo con el silencio de mi padre, la infancia de un huérfano que no era huérfano. Yo creo que esta tentativa permanente que hago para rehacer el tiempo de mi niñez está ligada a un profundo deseo de haberla vivido de otra manera. Mi poesía es wordsworthiana, de recuperación del paisaje por un lado y por el otro proustiana que recuperación de la niñez...

-Usted es también un notable ensayista...

-Mejor, historiador. Recuerde lo que decía Goethe, que la verdadera cultura es la suma de la poesía con la historia. Una de mis preocupaciones de los últimos tiempos ha sido África. Yo descubrí África muy joven y desde entonces es una fijación tan parecida a la de la infancia y la poesía. En mis libros sobre África hago poesía sobre África, la historia es una forma de la poesía. Yo llamo a mis libros sobre África O vicio da África, el vicio de África, en el sentido de que es una pasión profunda, una pasión invencible pues se ha tornado vicio.
Toda la gente de mi generación leyó mucho sobre África. Leímos a Tarzán, las Minas del Rey Salomón de Rider Haggar, etc. Todo este sentido de aventura había en el África para nosotros y era mucho mas grata cuando a un niño que vivía leyendo libros, la aventura le entraba por los ojos...Cuando tuve diez y seis leí Casa Grande y Senzala de Freyre y Los áfricanos en Brasil de Nina Rodríguez. Luego leí Costume Áfricaine no Brasil de Manuel Querino y a partir de allí todo lo que sobre África cae en mis manos. Cuando me hice diplomático comencé a trabajar en los asuntos de ese continente. Primero estuve en Nigeria, luego a Etiopía, pasé a Nigeria del Sur y luego hice un viaje en coche desde Accra en Gana hasta el sur del Líbano. Estuve luego en Camerún, Angola y viajé por todos los países de África y comencé a establecer las diferencias y la realidad. Tenemos que poner la realidad contra lo que leemos; a mi me apasionaron siempre los libros de los viajeros del siglo XIX y comienzos de este. Eran unos tipos extraordinarios porque no tenían cámara fotográfica, no tenía videos, miraban apenas con sus ojos y escribían libros como el del consejero José María de Lisboa, Barón de Japurá: Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, que es un libro básico para conocer esos países. Y así fue como leí muchos libros de viajeros sobre África. Y me apasioné por ese continente y me puse a estudiar y me puse al día hasta que Augusto Meyer me dijo: tienes que escribir sobre África porque aquí nadie lo está haciendo. Para escribir este libro [A Enxada e a Lanza] he gastado unos diez años, porque como soy diplomático me toca escribir los sábados y los domingos.
Yo creo que África es una de nuestras memorias mas profundas, porque yo no sé si ustedes aquí en el altiplano, pero si en las costas. Crecimos recibiendo al África por la boca y los oídos y los ojos. La esencia del África se transplantó a América y está entre nosotros, no de manera pura pues se transformó dentro de nosotros como se transformó en África. El África que nosotros recibimos es el África de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX que se fue transformando dentro de nosotros porque entró en contacto con otras realidades, igualmente mágicas, igualmente racionales, todo este mundo formas, de maneras de comer, de sentarse, caminar, bailar, de maneras de ser que se impregnan en nosotros con otras herencias. Pero el África está dentro de nosotros y va a ser muy difícil comprender lo que somos, porque si somos brasileños no entendemos qué es África, que fue África, qué Portugal, qué Italia, qué los naturales, que fue todo.
No somos mas grecorromanos, somos otra cosa y tenemos que descubrir dentro de nosotros mismos y estamos descubriendo desde hace mucho, estamos descubriendo otra cosa. Una de las madres de esta otra cosa es África. En algunas culturas africanas, polígamas, el niño es hijo de todas las mujeres de su padre; entonces nosotros somos verdaderos hijos de todas estas mujeres y no solo una. Nosotros, cada uno de nosotros tiene muchas madres, y África quizás es una de las madres mas cariñosas que tenemos y la más antigua.

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Alberto Vasconcelos da Costa e Silva (São Paulo, 1931), hijo del poeta Antônio Francisco da Costa e Silva y de Creusa Fontenelle de Vasconcellos da Costa e Silva estudió la primaria y parte de la secundaria en el colegio Farias Brito de Fortaleza. En 1943 fue a Rio de Janeiro donde terminó el bachillerato y en el Instituto Rio Branco, donde ha sido profesor, se Diplomó en 1957. Es Doctor Honoris Causa en Letras de la Universidad Obafemi Awolowo de Nigéria. Como diplomático ha trabajado en diversos destinos, como Lisboa, Caracas, Washington, Madrid, Roma y ha sido embajador de su país en Lagos, Cotuno, Lisboa, Bogotá y Asunción. Fue Presidente de la Academia Brasilera de Letras entre 2000-2005.
Poeta, ensayista y autor de un libro de memorias,  Espelho do Príncipe (1994), entre los suyos de poemas hay que mencionar   Livro de linhagem (1966),  As linhas da mão (1978 - Prêmio Luísa Cláudio de Souza),  Consoada (1993), y Ao lado de Vera (1997- Prêmio Jabuti). Como historiador y africanólogo ha publicado sus monumentales A enxada e a lança: a África antes dos Portugueses (1992) y As relações entre o Brasil e a África Negra, de 1822 à 1a Guerra Mundial (1996) y los ensayos O vício da África e outros vícios (1989)   y Guimarães Rosa, poeta (1992).
Da Costa e Silva pertenece a la llamada Generación del 45, cuyo primer balance hizo a comienzos de los cincuenta, Fernando Ferreira de Loanda, en su Panorama de la Nueva Poesía Brasileña. Su obra poética ha sido recogida en español bajo el título de Poemas, con un prólogo y la traducción del peruano Carlos Germán Belli.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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