En el valle del mundo

Haber tratado con el vendedor
el hacedor de ropas el carnicero
el inventor el fabricante de herramientas
el que vende boletos a la entrada de los cines.

Saber que los gusanos esperan mi carne,
los hijos, mis riquezas.

Haber visto las anchas calles
soportado los inviernos
recogido los pasos y saber
que un inmenso deseo se despierta en mí
y crece hasta convertirse en olvido de tu
persona.

Haber visitado en la orilla de un lago un
santuario,
presenciado una escena sombría con una música
melancólica,
visto una silueta recortada sobre un bosque
y el viento silbando entre ramas.

Saber que esta noche flotan sobre mí nubarrones
largos
mientras arrastro piedras y escucho el tañer de
las campanas.

Haber visto la luna asomando entre nubes,
bendecido a los hombres sin descendencia
y ayudado a morir a sus mujeres.

Conocer y gustar de los jóvenes,
amor mío,
cuando los heléchos se vuelven rojos y
amarillean
las espadañas
y te burlas de mí
desde mis cabellos,
desde mis dientes,
hasta estos ojos que te enamoraron.

Haber vivido entre menesterosos,
no saber de castidad ni de hermosura.

Haberle visto bajo las ruedas,
puesto sus labios sobre tus muslos y oírle decir:
es una pena amar y otra pena no amar
pero lo más penoso es fracasar cuando se ama.

Quiero beber a grandes sorbos, levántate el
vestido,
ven a gozar conmigo los juegos de ir y de venir
del salto y la caída.

Deseo alejar de mí todos los pesares.
Baila conmigo, amor. Embriágate de alegría,
mortal he nacido, sé cuántos años he visto alejarse
pero ignoro cuánto espacio queda para recorrer...

Haber perdido las buenas formas y el calor
y que las cuatro cosas que más he odiado se
hayan apoderado de mí:

La tos y el olvido,
la enfermedad y el dolor.

Haber gritado
oliendo un capullo purpúreo de violeta,
los tonos escarlatas de la anémona,
el encendido rubor de las rosas.

Saber, que de tus vecinos, uno hablará mal de ti
pues desdeñó, en la flor de la edad, el amor
y añorar su boca y el cabello que cubría su nuca.

Haber perdido los dientes a los siete años,
a los catorce adquirido la creciente pubertad,
a los veinticinco la barba y el color definitivo
de la piel,
a los veintiocho, las señales del valor.

Haberle dicho: sé cómo amar al que me ama
y también cómo al que me odia. No dejes que
importen
demasiado a tu dicha los éxitos y a tu pena los
fracasos
Y saber que no se reunía con otras para
murmurar.

Tráeme una copa para recordar
aquella joven que incitaba mi juego,
más mi amor es de tí, por tí estoy enloquecido,
y solo a tí veo
muchacho de ojos de muchacha que metes tu mano
en mi corazón.
Tráeme una copa para retornar a los goces de mí
juventud.

No es mi tarea que me comprendas
no conozco nada que tenga mi amistad.

Sólo el mar
y el viento
porque mis lágrimas aumentan su vida
porque mis suspiros aumentan sus pasos.
Calla.

Mis brazos serán tu copa,
mis muslos lo serán también
y la cuenca de mis ojos.

No seremos una sombra que pasa,
ni un cómico que ríe.

Nuestro goce no será el paso de una golondrina
en plena oscuridad.

Nuestros días no están contados,
ni mis muslos ni tu delicioso placer ni tus
sonrisas.

Nadie tenga abstinencia, ni predique enseñanzas,
no podrá compartirlas.

Sólo tu cuerpo, tu cuerpo membrudo,
tu alta estatura, tu cabeza redonda,
tus ojos grandes, tu nariz delicada,
tu cabellera negra y tu sonriente rostro.

Brindaremos con quien alivie los descansos del
amor
y seremos voces en las ciudades y los campos.

Los derechos están repartidos en nuestros poros
y el poder no vencerá nuestras pasiones.

El cuerpo será la morada del cuerpo,
el vestido de la cabeza y la guía del deseo y el
vehículo
de la luz, el índice del pensamiento y un pasajero
que se detiene
y el huésped de los lugares en donde está y la cara
de todas las cosas.

Habremos de beber, comer y dormir abundantemente
y escribiremos contra los tiranos creando su confusión.

Con las manos puestas en el suelo
cantaremos mientras las mujeres sonríen.

Nuestros deseos tendrán nuevos principios,
y acostumbraremos, mirando a las fuentes,
a intuir el movimiento.

Haber realizado un viaje por países extraños
con gentes extrañas
y costumbres más extrañas aún.

Andar monologando en esta mi casa solitaria.

Haber abandonado las costas,
aprendido que lo semejante produce lo semejante
y que es necesario pronunciar palabras y realizar
acciones.

Recordar, cuando a la hora de las comidas
me tenías sobre tus rodillas y preparabas mi comida
y me dabas de beber en tu propio vaso de barro.

Haber oído las frases: no es cera esto que estoy socarrando,
es el hígado, el corazón y el brazo de fulano y de mengano.

Haber fornicado sin placer,
vivido entre ellos y gozado sus mujeres.

Haber conjurado la falta de dinero, el uso de chequera,
de tarjetas de crédito, ni hecho ejercicio.

Saber que la luna se está ocultando bajo las olas,
que el tiempo conmigo se oculta,
que jóvenes y bellas murieron algunas
y que hay uno que logró edificar su morada
en el borde arenoso de las aguas.

Haber aprendido en las ciudades a vivir en la superficie,
saber que soy uno que cuenta lo contado
y uno que ama los amaneceres.

No haber doblegado la cerviz ni masticado corazones
solitarios.

Haber esperado con ansiedad tu vuelta y haber
trenzado flores
para adornar tus cabellos cuando el gallo
y el reloj
anúncien la mañana.

Harold Alvarado Tenorio