Betty Blue

La metáfora de La musa es desde las primeras escenas de Betty Blue, de Jean Jacques Beineix, la viva reproducción de la felicidad: mientras el amor avanza ella mueve lenta y sostenida su cadera y él se coloca mejor y más hondo hasta cuando hemos recibido el don final de la gracia. Mejor prólogo nunca fue escrito. Mejor obertura nunca fue tan bien medida ni dosificada.

Después del premio, el joven obrero guía un viejo camioncito modelo cincuenta a la velocidad que conduce la fortuna de haber conocido, hace una semana, la muchacha primitiva, creadora y destructora que le sacará para siempre del pantano de la soledad. Zorg ha logrado llegar a tiempo para que el almuerzo no perezca bajo el fuego a que ha estado sometido desde la mañana y se dispone a comer cuando Betty Blue aparece, bajo el umbral de la puerta de su cabaña y la escucha impaciente diciendo que “algo en los hombres siempre anda mal”, que necesita más que una cama de amor, que ha dejado su empleo y que desea, si es posible, quedarse junto a él en esa sucia casucha para abandonados de la vida.

Instalada en las noches y días de calor y monotonía apenas interrumpidos por el ejercicio de la pasión, algo milagroso sucede, algo que la lleva a saber que allí junto a él está la clave de su destino. Ella descubre, gracias a un mísero mensajero de los dioses de la poesía, que él ha escrito una novela, que es el mejor de los amantes y un artista. La Triple Diosa, con su veneno de eléboro negro preparado por Melampo de Lusi, comienza así su batalla por dejar que sea Zorg quien narre e inmortalice su vida sobre esta tierra.

El desenlace de la tragedia, matizado con variados y aburridos minutos de concesiones al público, es como tiene que ser: toda belle passion debe terminar mal. Dafne menos que Melpómene, Betty Blue embriagada por el amor que es la muerte, alcanzará inmortalidad. Zorg dice al final, cuando está asesinándole, que ya nadie y nada podrá separarles. Ella, encarnada en el gato blanco, preguntará en las noches, mientras él reaviva su historia, si está escribiendo. Betty Blue, la musa, seguirá en la muerte su batalla por hacer de Zorg lo que había decidido: un poeta.

Contrario a los encantamientos que estos sufren cuando fingen la imagen de su amada, en este filme La Musa dona el fuego eterno de la creación con su sacrificio. No es el espejo roto de la máscara de la amada, creado por el poeta, sino el recuerdo en la vigilia de un amor realizado quién dará al artista la fuerza imaginativa necesaria para la construcción de una obra. Y siendo eterna musa, hay en ella un mito contemporáneo y primitivo. Muerto Dios y la Ideología, en nuestro Carpe Diem nos asiste la llamada furiosa de la pasión. Betty Blue es nuestra única y definitiva Musa de hoy y de los lejanos tiempos circulares del matriarcado; la de Bonaventura en Der Traum der Liebe, rosa de la muerte más bella que su hermana la que vive “pues recuerda la vida y la hace deseable y preciosa”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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