al-Mu'tamid Bn. ’Abbâd
Las culturas árabes islámicas son ante todo lingüísticas porque el Corán, en su texto árabe, es considerado la palabra de Dios. Los niños lo aprenden de memoria. En al-Andalus los maestros no sólo se limitaban a esto sino que proporcionaban a los niños un conocimiento general de la lengua, formaban su estilo y caligrafía y les enseñaban los fundamentos del arte poético. Es raro encontrar por ello obra alguna, científica o no, escrita en al-Andalus que no esté adornada con poemas. Los políticos sabían versificar y frecuentaban a los visires, porque estos sabían dotar de poesía a las palabras justas. Todo caballero, antes de desenvainar su espada para arrojarse al tumulto de las batallas, hacía un poema. Hombres y mujeres eran poetas. Entre estas últimas sobresalen la princesa Wallâda, Umm al-Kirân, hija del rey al-Mu‘tasim de Almería, y Hafsa y Nazhûn de Granada. Junto a al-Mu’tamid bn. ’Abbâd están también Ibn Zaydûn, Ibn Hazm de Córdoba e Ibn Quzmân.
La poesía árabe medieval tiene ciertos modelos considerados clásicos que determinan tanto el contenido como la forma del poema. Uno es el panegírico, que dedicado a un príncipe debe empezar siempre por una imagen lírica sin conexión temática; otro puede ser de amores, que ha comenzar describiendo las ruinas del campamento de la amada. Los poetas andalusís recurrieron a esos temas y a otros de su propia cosecha, pero lo que los distingue del resto de los poetas árabes de su tiempo es la descripción que hacen de la naturaleza, escueta y sutil evocando paisajes urbanos y rurales, casas de campo y jardines, como si donde estaban prohibidas las imágenes y las esculturas, estas usaran del poema para realizarse. Para estos poetas, la poesía no se podía plasmar de manera más seductora que bajo la forma de un jardín aromático que sedujese al tiempo la vista y el olfato.
Hacer poesía en árabe suponía y supone el conocimiento del inmenso léxico de la lengua y la gramática. Existen quince metros clásicos, derivados de las diversas maneras de andar el camello y el caballo y varios modos de combinar las palabras como en la urdimbre de un telar. Si a esto añadimos las tradiciones para tratar ciertos temas, como he mencionado antes, el margen de imaginación dejado al poeta es poco. Pero es allí donde reside la esencia del arte, la calidad de la obra, su concepción y realización.
al-Mu’tamid bn. ’Abbâd nació en Sevilla en 1027. Fue el tercero y último de los miembros de la dinastía abasida y es el mejor ejemplo de un andalusí cultivado: liberal, tolerante y protector de artistas y poetas.
Cuando Al-Qâsim, primero de los reyes taifas y bisabuelo de al-Mu’tamid bn. ’Abbâd murió, había levantado un estado y una ciudad -Sevilla- que a pesar de sus debilidades fue la más poderosa entre todos los pequeños reinos. A su patrocinio se debe la confección de la primera antología poética andalusí, la al-Badî’fî wasf al-rabî’, de Abu-l-Wâlid al-Himyari, con poemas dedicados a las flores.
Su hijo, al-Mu‘tadid, fue una especie de príncipe italiano con la clase y carisma de Filipo Maria Visconti. Poeta y amante de la literatura, pero también envenenador, bebedor de vino, escéptico y traidor. El mismo con sus manos asesinó uno de hijos que se había rebelado. Aunque hizo guerras a través de todo su reinado, rara vez aparecía en el campo pues desconfiaba de sus generales, prefiriendo conducir las batallas desde el Alcázar. Se dice que en una ocasión eliminó un buen número de sus enemigos, los jefes beréberes de Ronda que habían venido a visitarle, ahogándoles en un baño de agua caliente donde les había encerrado. Le gustaba conservar los cráneos de quienes había eliminado: los inferiores en rango servían como macetas para flores, los de los príncipes, estaban guardados en cofres especiales. Gastó su reinado extendiendo su poder a expensas de los vecinos menores y en una guerra sin cuartel contra rey de Granada.
Cuando tuvo trece años al-Mu’tamid bn. ’Abbâd fue enviado al mando de una expedición militar para sitiar Silves. La aventura tuvo buen fin y fue nombrado entonces gobernador de la provincia. Como tenía tan poca edad, al-Mu‘tadid hizo acompañar a su hijo del aventurero y poeta. Ibn ‘Ammâr, nacido en las inmediaciones de Silves, donde había estudiado a pesar del oscuro origen y extrema pobreza y a quien, luego de muchos perdones y traiciones, el propio al-Mu’tamid bn. ’Abbâd daría muerte. Había aprendido a ganarse la vida componiendo panegíricos a todo el que podía pagar. Su fama fue tanta que logró ser presentado al príncipe, a quien recitó un poema donde celebraba la victoria abasida sobre los berberiscos, con versos que sonaban como repique de tambor. Como ambos amaban los placeres, las aventuras y los versos, no tardaron en hacerse amigos. Una vez tomada Silves, al-Mu’tamid bn. ’Abbâd creó un visirato para él. El joven príncipe y poeta no conocía el amor y estaba en la edad en que es posible creer en la amistad con entusiasmo. En cambio Ibn ‘Ammâr apenas ahora sabía de opulencia y lujo, luego de años de lucha y desaliento, decepción e indigencia.
Durante el tiempo que estuvieron juntos, antes que al-Mu‘tadid los separara, solían pasear improvisando versos y hablando de poesía. En una de esas ocasiones, por la orilla del Guadalquivir, cerca de los bosques de olivos de Campo de Plata donde estaba un grupo de lavanderas, al sentir un soplo de aire el príncipe dijo:
La brisa convierte el río en una cota de malla
Pero antes que el aventurero poeta pudiese recoger y continuar el verso, una muchacha que conducía unas mulas, Rumaykiyya, replicó:
Mejor cota no se halla como la congele el frío.
Al ver que era bella, joven y poeta, al-Mu’tamid bn. ’Abbâd decidió comprarla y casarse con ella, que adoptó el nombre de I‘timâd. A ella consagró no poco de su tiempo y poesía. Era una joven arbitraria pero hábil para conversar. A pesar de haberle sido fiel, en el sentido musulmán, tuvo otras amantes de nombres como Luna, Amada, Sol, Hada o Perla.
Obligado a tributar a Alfonso VI desde los tiempos de su padre, en una ocasión al-Mu’tamid bn. ’Abbâd trató de pagar con moneda falsa. Uno de los miembros de la comisión del rey castellano detectó el fraude.
Al verse descubierto, lleno de furia hizo crucificar al judío que lo había puesto en evidencia y encarceló al resto de cristianos. Alfonso respondió con un violento y destructivo ataque. Cuando este tomó Toledo, al-Mu’tamid bn. ’Abbâd pidió ayuda a Yûsuf b. Tâsfîn, que ignorándole cruzó el estrecho de Gibraltar, derrotó a los cristianos en Zalaca y regresó a Marruecos. Cinco años después decidió llevar a cabo una guerra santa contra el rey andalusí. Sevilla cayó en sus manos a finales de 1091. Las habilidades políticas del rey poeta estaban menguadas. Unas veces trató de hacer alianzas con los árabes africanos contra los peninsulares, otras, con los cristianos contra todo el resto. Incluso regaló una de sus hijas, Zaida, a Alfonso, quien la hizo su concubina y tuvo en ella a Sancho. Yûsuf terminó por recibir la bendición de los sacerdotes contra al-Mu’tamid bn. ’Abbâd, que puesto en prisión, murió desterrado en Agmât, cerca de Meknés, en 1095. Allí escribió sus mejores poemas, no pocos de ellos, únicos en su arte en la lengua árabe. Uno de sus mejores amigos de los tiempos de gloria, el poeta Ibn al‘ Labbâna describió la salida de Sevilla del rey, su esposa y los hijos que sobrevivieron al fin del mundo andalusí:
Lo he olvidado todo menos esa mañana sobre el río:
estaban como cadáveres sobre tablas.
El pueblo, triste, en ambas orillas
veía las perlas arrastradas por las olas.
Las jóvenes se quitaron sus velos para
desfigurar sus rostros de dolor.
Llegó el momento. Todos, mujeres y hombres
lloraban a grito el último adiós.
Los barcos salían y la gente sollozaba como
camellos ante el cruel camellero.
¡Cuántas lágrimas cayeron al agua! Cuántos
corazones rotos acompañaron aquellos crueles
barcos!
La poesía de al-Mu’tamid bn. ’Abbâd se puede dividir en tres grandes etapas: cuando fue príncipe, luego rey y desterrado. La pasión por I‘timâd le inspiró elegantes poemas donde la búsqueda de la belleza no oculta las intensiones eróticas. Como estos, los compuestos durante su permanencia en Silves y en los días felices del reinado muestran su afición por el vino, las mujeres, los círculos de amigos en las fabulosos palacios sevillanos, la música y el canto. Se dice que en rigor nunca sintió amor por mujer alguna pero lo recibió de amigos y queridas. Su talento poético es bien apreciable en los poemas que escribió en Marruecos en los últimos días de su vida. Su alma atormentada y sin sosiego le dictó poemas de conmovedora melancolía. Pobre y prisionero encadenado, su desesperación le hizo recordar los hijos muertos o abandonados, lamentó la suerte de su mujer e hijas, sobreviviendo con labores de tejido, al tanto que comparaba las glorias del pasado con las injusticias del destino presente. La simplicidad de su lenguaje, la transparencia y el tono de su voz hacen del triste rey andalusí la viva representación del romanticismo andaluz y latinoamericano, que va y viene, siempre, recordando cómo «todo nos llega tarde, hasta la muerte».