Antonio Llanos

Cuando falleció, Antonio Llanos [Cali, 1905-1978] tenía setenta y tres años, cuarenta de los cuales vivió entre el dolor y la locura. En los años cincuentas había comenzado a padecer una enfermedad que le impedía estar de pie; luego enfermó definitivamente de la razón, iniciando un itinerario que comenzó en el hotel Alférez Real y terminó en el hospital San Isidro, transitando otras casas de salud y varios lugares de miseria. Con él fallecía el hombre que un refinado grupo de vallecaucanos consideraba su poeta; con él desaparecía la atormentada figura que habiendo logrado equilibrados poemas para cantar el paisaje de su tierra, tuvo que recluirse en una ciudad que odiaba y le llevó a la locura. Según Octavio Gamboa (Antonio Llanos o el heroísmo de la poesía, 1978):

A los caleños de hoy es difícil explicarles cómo era su ciudad en 1930, cuando Llanos comenzó a publicar sus primeros versos y a hacer vida de poeta. Cali era una aldea de muros blancos y techos rojizos, tenía sólo cien mil habitantes mal contados, y su centro cultural más importante era el colegio de Santa Librada. Llanos decía entonces que en Cali no había con quién conversar, y cargaba en el bolsillo un busto de Dante; se sentaba solo en un café, y ponía el busto del florentino al frente. Con él dialogaba sobre la vida, la muerte, el infierno, el purgatorio y el paraíso.

Esta pequeña historia vale para ilustrar la oposición del poeta con el medio que le rodeaba, oposición acentuada por su conducta excéntrica, ya que él se creía un espíritu puro rodeado de traficantes y vendedores de especias. Esa oposición duró toda la vida, porque ya desde Baudelaire sabemos que las naciones producen grandes hombres muy a su pesar, como las familias.

A cambio de la cicuta, nuestra sociedad le ofreció su equivalente moderno: el electrochoque.

Nacido en mil novecientos cinco, hizo estudios en los colegios San Luis Gonzaga y Mayor del Rosario, y se dedicó al periodismo y la poesía, llegando a ser profesor de literatura y director de Diario del Pacífico.

En mil novecientos treinta creó Revista de Occidente, que tuvo prestigio nacional, y luego, junto a Carranza y Rojas inventaron el Piedracielismo. Llanos viajó por Centroamérica y visitó Chile, Perú y Madrid, donde fue cónsul por algunos meses. Publicó cuatro libros: Temblor bajo los ángeles (1942), Casa paterna, La voz entre lágrimas y Rosa secreta (1950).

Una de las causas que ha impedido a la poesía de Llanos ser difundida es la clasificación de mística que se le ha dado. Todavía en el setenta y cuatro, Andrés Holguín (Antología crítica de la poesía colombiana, II, 8), aventura a destacarle como un poeta que "en sus cantos místicos se aproximó, mejor que Francisco Luis Bernárdez, a la órbita de Fray Luis de León y San Juan de la  Cruz", cuando una lectura de su obra, especialmente la escrita en los períodos de lucidez, nos brinda un poeta que si bien está a la búsqueda de Dios no deja de nombrar el dolor y la soledad como parte del paisaje que le absorbe: el Valle del Cauca.

Una explicación a este equívoco puede ser esta: Llanos no sólo fue a la locura de manos del misticismo, sino que sus beatos amigos, después de explotar inmisericordemente la tierra y los hombres, escribían, como Gilberto Garrido [Supía 1887-1978 ] y Mario Carvajal, cantos donde celebraban la continuidad del catolicismo en el Nuevo Mundo al tanto que acumulaban indulgencias para ganar el paraíso. A Llanos no le quedó otra alternativa: para poder sobrevivir su poesía debía ser mística. Llanos ha sido, en los últimos treinta años, víctima del silencio de los herederos de una ideología que celebró en sus peores poemas, al tiempo que un ignorado de los lectores de poesía, que habrían podido rescatar, lo mejor de su obra.

El Valle del Cauca que celebra Llanos no es otro que el de María, el sueño de Isaacs, si el lector quiere leer en el símil. Llanos usa un tono modernista para dejar en el poema unas acuarelas, que a pesar de su belleza, están pintadas de dolor. No es él un poeta festivo como el primer Carranza, o un poeta agradecido, como Arturo, sino uno que más allá del aparente cántico, ofrece melodías de persistente tristeza y depurado dolor. La aparente serenidad que hay en sus poemas es una postura que delata sufrimiento.

Llanos creó en sus primeros poemas, publicados antes de mil novecientos treinta y cinco, un paisaje interior más que un retrato del mundo. Lo que le permite agregar al paisaje real los deseos: un mundo exterior construido a su imagen y semejanza. Los títulos que dio a sus poemas son índice de esa torsión del mundo y conducen al lector hacia una huida del presente que es literatura, recuerdo de algo olvidado:

Nada que turbe el casto sosiego de la hora.
La brisa de la noche el tierno campo mueve.
Ella cerca de mí. Sobre el seno de nieve
La lumbre de la vida abre su blanca aurora.
El verde campanario de la palma decora
mi paisaje al momento del crepúsculo leve.
Toda la miel del mundo en el pan dulce y breve
y bajo el techo amigo la sombra acogedora.
No decimos palabras para oír las del ave.
El columpio del sueño que al espacio se lanza.
mecido por la música de su canto es más suave.
A veces nos unimos con ternura del brazo,
o si el azul enciende su primera esperanza
mi voz como la tarde se apaga en su regazo.

Hay en los poemas de Llanos una constante: el mundo exterior es hermoso porque no sufre como el hombre, y sus mejores poemas quizá sean aquellos que como en algunos de Silva, el recuerdo busca un lugar donde la vida puede ser feliz. Esos textos dejan un amargo en la boca: la felicidad ha sido el lugar de las desdichas. Al lado de los mejores lugares de la casa, de los sitios memorables, la madre llora repasando su infancia. Este célebre poema es comparable, por el tono y el asunto, a los de Arturo, que por la época redactaba cercanas melodías:


Tibia casa encalada donde mi padre un día
me habló de las estrellas con acento de música,
y se quedó mirando las montañas azules
que sostienen los cielos en sus anchas columnas.
Casa donde escribí mis primeras canciones
a la niña visible entre el alma y la bruma.
En tus muros colgaban los pájaros su nido.
De lejos parecías una dorada cúpula.
En los primeros versos que hablaban de las rosas,
del agua y de las nubes mi voz era más pura.
La doncella miraba hacia un jardín remoto
donde las mariposas y los niños se cruzan.
Casa de oro marfil donde lloró mi madre
repasando su infancia hundida en la dulzura.
En puntillas de noche llegaba hasta mi sueño
y para oír su voz se callaba la lluvia.
Yo cerca de su pecho pregunto por el niño.
¡Su tierno corazón tiene un rumor de cuna!
La tarde pasa en ella como un cielo de arroyo
en que los ojos ven las estrellas desnudas...
Hay casas que mantienen la sombra de los árboles
y cuando nace un niño los luceros las buscan.

El vuelo de los años las carga de silencio
y dulcemente el aire aprieta su cintura.
Te construyó mi padre con trabajo amoroso.
Rodembadh, el cantor de las casas oscuras,
dijera su elegía a la pobre escalera
por la que dulces míos bajaron por vez última.
Mirándote en el ángelus cubierta de palomas
el alma ingenuamente sale al campo segura,
como un niño que lleva un pájaro en la mano
y llena cuando pasa el aire de hermosura.
Ha calado mis huesos un temprano rocío
y ya mi corazón con el llanto se alumbra.
¡Si en el silencio cabe la miel de esta mirada
recógeme en tus brazos en la tarde profunda!


(Casa paterna)

Llanos escribió también delgados poemas sobre el sentimiento amoroso y su pérdida. Como se sabe, era homosexual, su mayor pecado en una sociedad de patriarcas y damas encerradas tras las verjas de la hacienda. El dolor de las separaciones que depara el comercio homosexual lo fue escribiendo lentamente en textos que cubren de nubes, árboles y ríos el mundo de la pasión. La necesidad de esconder al amante, hasta en el poema, de ocultar su cuerpo sobre el lecho, le llevó a Juan de la Cruz, con resultados muchas veces nefastos. Sin embargo, la carne deja huellas en varios poemas:

Si no fuera por ti, las cosas no tendrían
esa vaga ternura, esa luz de penumbra.
Si no fuera por ti, esta melancolía
de soñar y llorar no fuera la dulzura.

Si no fuera por ti, ¡oh muerte!, cuántas cosas
inadvertidas fueran.
Otorga tu silencio soledad a las rosas.
Por ti los ojos míos en el lucero esperan.
Si no fuera por ti, qué triviales serían
el amor y las manos que se unen, amor;
y qué triste también el sol de cada día
si en la tarde no hubiera muriente resplandor.
Si no fuera por ti, el amor no tendría
tanta dulce ternura, tan firme retener
de las cosas que amamos: nube, flor, poesía
¡y este divino atardecer!

(Si no fuera por ti)

Raro destino el de estos poetas que anunciaron Piedra y Cielo. Arturo, como Llanos, gozó de prestigio en los años cuarentas, y vieron opacar su estrella durante la Dictadura y el Frente Nacional. Ellos, que habían cantado la belleza que amaban los poderosos de entonces, conocieron el olvido y la locura en sus años de madurez.