Guillermo Cabrera Infante
Escrito y reescrito durante los últimos años de la dictadura de Fulgencio Batista, Así en la paz como en la guerra (1960), el primer libro de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, 1929-2005), ofrece, en sus catorce cuentos un retrato de la vida de la clase media a través de viñetas de una frágil sociedad sometida a la brutalidad, la violencia y los asesinatos de los esbirros, sugiriendo la existencia de una relación entre la ruptura de valores del individuo y la impersonal maquinaria política de la tiranía. Cuentos y viñetas de gran sobriedad y concisión con una irreverencia y uso de inflexiones del habla coloquial, donde alternan el humor y tragedia.
Tres Tristes Tigres "Tres Tristes Tigres " (1967), consagró a Cabrera Infante como uno de los novelistas más originales. Como su modelo, el Satiricón de Petronio, que representa las múltiples aventuras de tres individuos en el mondo cane romano, carece de argumento si se repasa en la tradición occidental de la novela, pero crea una sofisticada estructura a partir de un bricolage de monólogos, algunos «hablados» otros «escritos», mediante el cuento directo, la carta, el diario íntimo, la alocución de un maestro de ceremonias en un cabaret, las confesiones «inocentes» y las «culpables», el discurso político, etc. Los principales cronistas son Códac, fotógrafo; Eribó, bongosero; Silvestre, escritor; Arsenio Cué, actor de Tv y el fantasmal Bustrófedon, poeta oral que sobrevive en las grabaciones de sus experimentaciones lingüísticas. Sus conversaciones y confesiones reconstruyen una Habana prerrevolucionaria de bares, alcoholismo, drogas, jazz, cantantes de boleros, homosexuales, bisexuales, putas y mafiosos diseñados con autenticidad gracias a la escrupulosa mirada de Cabera Infante en los detalles más mínimos.
Extensa y ambiciosa, en sus varios niveles es un diario íntimo, profundamente nostálgico, de las aventuras y discusiones nocturnas de un grupo de amigos en sus esfuerzos por mantener una especie de personal solidaridad, gracias a un inagotable humor que les permite seguir viviendo entre la mediocridad, el aburrimiento y las limitaciones en una sociedad mísera: un mundo donde ni el pasado ni el futuro existen, sólo el presente que huye desesperanzado en los instantes de los sueños, las pesadillas, las búsquedas de amores imposibles en medio de las trampas nocturnas de alegría sin amor, pasiones difuntas al son del bongó, ebrias de ron y máscara de tocador. La novela es por tanto un juicio a esas limitaciones y un retrato de la decadencia de la cultura occidental; una grotesca parodia de la civilización europea y norteamericana.
Tres Tristes Tigres "Tres Tristes Tigres" está escrita a partir del concepto de literatura oral, una escritura derivada del habla y la voz que «procura actos de terrorismo contra el español del establecimiento» usando del habla «auténtica y vital», lejos del progresivo fallecimiento del lenguaje en las obras llamadas cultas.
Novela acerca de cómo debe ser escrita una novela- ofrece, a manera de contraste con sus propios procedimientos, parodias de siete distinguidos escritores cubanos, cada uno de ellos describiendo con su estilo la muerte de Trosky. Según Cabrera Infante es también un chiste de quinientas páginas plenas de anagramas, palíndromos, paradojas, juegos de palabras, juegos de números, spanglish, pastiches y errores tipográficos que permiten imponer su propia lógica perversa a lo que se dice y hace. La última palabra de la novela es traditori y se refiere sin duda a las traiciones políticas, a las traiciones del escritor con la realidad que quiere aprehender y quizás, a las traicioneras distorsiones de los críticos. Borges, con sus fantasías laberínticas, a quien Cabera Infante llamó «nuestro Gogol y Puskin en sí mismo», está en los orígenes de este libro fabuloso.
La Habana para un infante difunto (1979) fue su obra maestra. Aquí retoma su tema, la ciudad diurna y el erotismo de la nocturna, ciudad de palabras reconstruida a partir del olvido y la lejanía. Un amor carnal recurrente que aun siendo rubia o morena, es, en últimas, ninguna verdadera. Es también la iniciación amorosa y erótica de un niño en una ciudad, en blanco y negro, que termina coloreándose a medida que se hace elegía y crónica del ayer. En el libro todo es parodia de principio a fin. Amor y humor recorren sus páginas haciendo burla de los besos, chistes de las copulaciones, en una búsqueda de la mujer interminable como los recuerdos de La Habana y los fracasos personales del buscador, con un erotismo que vive gracias al arte de la palabra, al enlace erótico de la escritura.
Cabrera Infante rechazó sus vínculos con Henry Miller. Pero es difícil dejar de pensar en el modelo, así el resultado final sea diferente. Si para Miller la mujer debe describirse por la virtudes de su sexo: la supercoño, la coñoventrilucuo, la coñometafísica, la coñopensante, la coñoanonimato, la coñomaleta, etc, para Cabrera Infante la mujer es un ser fascinante digno de amor. La Habana para un infante difunto es un homenaje poético a lo femenino.
En 1968 declaró que estaba escribiendo Cuerpos divinos, memorias que vinieron a publicarse en 2010. Es una consolación, una salvación por el erotismo. Se trata de un personaje, el autor o Walter Ego, que colocado en variadas situaciones peligrosas para el ser, más que para la vida, es salvado gracias a la intervención del amor, «el salvavidas feliz». Pero el héroe naufraga a menudo en un mar de política y gentes como Swinburne y Toulouse Lautrec, Pope y Popea su esposa, Van Gogh y Spinoza, que continúan la guerra y la paz mediante juegos semánticos, sexuales y sociales. Cuerpos divinos comenzaría en 1957 y terminaría en 1962 «para clausurar el ciclo abierto por Tres Tristes Tigres », con un comienzo privado y un final público: la vida atrapada por la historia.
Cabrera Infante nació en un pequeño pueblo al noroeste de la provincia de Oriente, hijo de un periodista y una militante del partido comunista. A los veintinueve días de nacido fue por primera vez al cine con su madre y a los tres años podía leer mejor filmes que libros, que sólo pudo hacer a los cuatro, en los monachos de Tarzán y Dick Tracy. Hizo estudios de primaria en una escuela de Quáqueros y cuando tuvo doce su familia emigró a La Habana donde se las arregló, en medio de la pobreza, para estudiar secundaria y periodismo mientras trabajaba en varios oficios. Luego de graduarse, en 1952, fue multado y puesto en prisión por la publicación de un cuento que contenía cuatro palabras en inglés. En 1953 comenzó a escribir sobre cine con el seudónimo de G. Caín en la revista Carteles. En los años finales de la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1959) colaboró en la publicación del periódico clandestino Revolución. Luego del triunfo de las fuerzas insurgentes fundó el magazín cultural Lunes y el suplemento literario Revolución que editó hasta 1961 cuando fue cerrado por el gobierno. En 1963 publicó Un oficio del siglo XX, un libro paralelo a Tres Tristes Tigres que, a pesar de ser crónicas sobre filmes, se convierte en una suerte de panegírico, o réquiem festivo de un escritor, por un crítico fallecido que ha dejado, a la posteridad, una novela que debe ser criticada. Están firmadas por G. Caín y son presentadas por uno de sus amigos, Guillermo Cabrera Infante, quien las introduce, anota y ocasionalmente dialoga con el autor, estableciendo un contrapunto dramático entre dos voces que salen de la misma garganta en diferentes épocas, con recuerdos, notas aclaratorias, cartas ilustrativas o contradictorias y desdoblamientos. En 1963 fue nombrado agregado cultural en Bruselas y ganó el Premio Biblioteca Breve de Barcelona con Tres tristes tigres. Luego de un viaje a La Habana en 1965 para dar sepultura a su madre, tomó el camino del exilio, primero en España (1965-1966) y luego Londres, donde murió. Tres tristes tigres fue prohibida por el gobierno español y sólo vino a ser publicada en 1967.
Uno de sus libros más divertidos es Elogio de la loquería, homenaje a reconocidas «locas» habaneras donde relata, entre otros, los aniversarios que celebraba, con espléndidas fiestas, «un poeta en los años treinta luego de haber vivido una odisea, en un taxi, mientras trataba de sacarse, de la parte más digna de placer de su cuerpo, un tubo de neón que se había introducido con la ayuda de la vaselina».
Cabrera Infante fue un anti utópico y un escéptico que descreía de la posibilidad de existencia de un simple cuerpo de ideas irrefutables y sostuvo que «como todos los escépticos he terminado en el estoicismo». Creyó que la literatura es un juego, «un complicado juego abstracto y concreto al tiempo, localizado en un plano físico, la página, y en los varios planos mentales de la memoria, la imaginación y el pensamiento». «La literatura es otra forma de juego e, incluso un juego social, porque no se queda sólo en lo que el escritor ha escrito, también tiene que participar el lector puesto que es obvio que no hay escritura sin lectura».
Véase Doménico Antonio Cusato: Tres estudios sobre "Tres tristes tigres" de Guillermo Cabrera Infante, Messina, 2002. Enrico Mario Santi: Guillermo Cabrera Infante: el estilo de la nación, en Letras libres, n° 76, 2005. Eugenio Suárez-Galbán Guerra: La Habana para un infante difunto: la falsa memoria verdadera de Guillermo Cabrera Infante, en Ínsula, nºs 404-405, Madrid, 1980. Fernando Aínsa: Los gases del oficio de Guillermo Cabrera Infante, en Quimera, nºs 255-256, Barcelona, 2005. Jacobo Machover: La memoria frente al poder: Escritores cubanos del exilio: Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, en Revista hispano cubana, n° 10, Madrid, 2001. José Luis Guarner: Autorretrato del cronista, Barcelona, 1994. Julio Ortega: Guillermo Cabrera Infante, Madrid, 1974 Marcos Ricardo Barnatán: El infante Cabrera, en Letra internacional, n° 101, 2008. María Rosa Pereda: Guillermo Cabrera Infante, Madrid, 1979.