José hernández

Al final de la primera parte Hernández había sugerido la posibilidad de continuar la historia. En la segunda, la pareja cruza el desierto y llega a una ranchería. Los naturales están preparando una invasión y los toman por espías. Un cacique los salva de la muerte, pero son hechos prisioneros. Pasan los años. Muere el cacique; muere Cruz, a causa de una epidemia de viruelas, pero antes de morir había encomendado a Fierro su hijito abandonado. Mientras Fierro medita ante la tumba de Cruz, el viento trae las quejas de una cautiva blanca. En la tierra hay un niño muerto. Un indio la golpea con un látigo ensangrentado. El indio la ha acusado de hechicera y ha degollado a su hijo. Silencioso empieza el combate. Cuando el indio está a punto de asesinarlo, la mujer se lo saca de encima. Fierro le corta la cara y le da muerte. Fierro y la mujer huyen a caballo, atraviesan el desierto y llegan, a las primeras estancias, donde se despiden.

Han pasado diez años. El juez que perseguía a Fierro ha muerto, sus crímenes parecen olvidados. Un día mientras asiste a las carreras descubre a sus hijos, que cuidan de unos caballos. Le cuentan que la madre ha muerto, que el hijo mayor acaba de salir de la cárcel y que el hijo segundo, a quien una tía hizo su heredero, había sido despojado de la herencia por un un juez que declaró, contra la ley, que sólo recibiría los bienes cuando cumpliera treinta años, confiando la tutela de los bienes al viejo Vizcacha. Mientras celebran el encuentro un muchacho pide licencia para contar su historia. Picardía canta sus aventuras por las provincias y sus andanzas por la frontera. Picardía es el hijo de Cruz. Cuando termina, otro personaje, un Moreno, le pide la guitarra.

Aquí nos aguarda -dice Borges- uno de los episodios más dramáticos y complejos. Hay en todo él una singular gravedad y está como cargado de destino. [...] El desafío de un Moreno, hermano del otro Moreno a quien Fierro dio muerte injustamente, incluye otro, cuya gravitación creciente sentimos, y prepara o prefigura otra cosa, que luego no sucede o que sucede más allá del poema.

Fierro acepta los desafíos. El Moreno invita a Fierro a un contrapunteo con preguntas difíciles. Fierro le pregunta cuál es el canto del cielo, cuál es el canto de la tierra y cuál el del mar y cuál el de la noche. Luego payan sobre el origen del amor y sobre la ley. Fierro se da por satisfecho pero el Moreno le exige que defina la cantidad, la medida, el peso y el tiempo. Fierro responde:

 

Moreno, voy a decir

Sigún mi saber alcanza:

El tiempo sólo es tardanza

De lo que está por venir;

No tuvo nunca principio

Ni jamás acabará.

 

Porque el tiempo es una rueda,

Y rueda es eternidá;

Y si el hombre lo divide

Sólo lo hace en mi sentir,

Por saber lo que ha vivido

O le resta por vivir.

 

Los presentes impiden la pendencia. Fierro y sus hijos se marchan. Luego resuelven separarse y cambiar de nombre para poder trabajar.

Irregular en algunos de sus cantos, Martín Fierro fue redactado -en sextinas octosílabas con dos mil trescientos dieciséis versos- para presentar dos existencias: Fierro y Cruz, miembros de una organización social campesina, sobre quiénes cae el peso de la autoridad hasta convertirlos en rebeldes. Fierro es perseguido por motivos políticos, Cruz por una causa personal. Los ejes narrativos son el retorno al pago de Fierro y la constatación de la destrucción de su hogar, y el momento cuando Cruz se pone de parte del perseguido. Hernández no busca para sus personajes palabras que los diferencien, su criollismo está en la entonación, pero tampoco quiere que sean historias para divertir. Uno de los rasgos admirables del poema es la presencia del paisaje. Sin describirlo directamente, parece una prolongación del destino de los protagonistas. En la primera parte el mundo del campo está retratado en su dureza, en la segunda, la vida es locura. Vizcacha es, con Fierro y Cruz, el otro personaje de la obra. Un hombre despiadado, avaro y cobarde que vive y muere entre perros.

Aun cuando el asunto de Martín Fierro traía como novedad la crítica a una injusticia actual, el tono y la manera venían de los lejanos días de los virreinatos; de una poesía oral cuyo centro era el cantor. Una lírica narrada ligada a la música y la danza como puede rastrearse en la chacarera, el gato, el cielo, la huella, el pericón y la firmeza. Verso, estrofa y recursos formales tienen origen peninsular: octosílabos o hexasílabos en cuartetas o redondillas que fueron transculturadas hasta convertirse en vidalitas o cielos entonados en extensas payadas de cantores, como la que protagonizan Fierro y el Moreno. Luego, los autores pretendidos cultos tratarían asuntos y entonación para dar brillo al color local o hacer burlas y divertimientos contra políticos, como en Paulino Lucero y Aniceto el gallo, de Hilario Ascasubi: el primero contra Rosas, el segundo contra Urquiza. Para Lugones y Borges ni estas obras ni Santos Vega, la novela rimada de aquel, son antecedentes dignos de Martín Fierro. Quien anuncia el poema de Hernández sería Los tres gauchos orientales, de Antonio Lussich, «pero si Hernández -dice Borges- no hubiera escrito el Martín Fierro, inspirado por él, la obra de Lussich sería del todo insignificante y apenas merecería una pasajera mención en las historias de la literatura uruguaya».

Véase Alicia Terrón: Ensayos acerca de Martín Fierro, Buenos Aires, 1962. Arturo Torres Rioseco: Martín Fierro y la poesía gauchesca, en Panorama de la literatura iberoamericana, Santiago, 1963. Ezequiel Martínez Estrada: Muerte y transfiguración de Martín Fierro, Buenos Aires, 1958. Francisco Castro: Vocabulario y frases de Martín Fierro, Buenos Aires, 1950. Horacio Zorraquín Becu: Tiempo y vida de José Hernández: 1834-1886, Buenos Aires, 1972. Jorge Luis Borges: El «Martín Fierro», con la colaboración de Margarita Guerrero, Buenos Aires, 1953.  Leopoldo Lugones: El payador, Buenos Aires, 1916. Luís Alberto Rodríguez: Vida política del federal José Hernández, Buenos Aires, 1971. Manuel Gálvez: José Hernández, Buenos Aires, 1945. Roberto José del Río: Vida de José Hernández, Buenos Aires, 1942. Roque Raúl Aragón y  Jorge Calvetti, Jorge" : Genio y figura de José Hernández, Buenos Aires, 1972.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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