la liTERATURA naCIONAL

En carta fechada en París de 1837 [Esteban Echevarría: Dogma Socialista, 1846, 296] Florencio González Balcarce pregunta a Félix Frías:

"Hágame usted el favor de explicar en qué consiste esta formación del lenguaje nacional, porque la llamaría un solemne disparate si no estuviera enunciada por el mismo Gutiérrez. Comprendería yo si dijesen Literatura Nacional, porque significaría una poesía que reprodujese nuestras costumbres, nuestros campos, nuestros ríos..."

La "literatura nacional” fue una de las preocupaciones de los románticos hispanoamericanos; criollos que una vez "alcanzada" la libertad política de la metrópoli española, pretendieron conquistar una "libertad espiritual", proponiendo el nacionalismo en literatura. Andrés Bello hace en Alocución a la Poesía una profesión de fe americanista. Pide a la Poesía dejar la "culta Europa" y se encamine hacia el mundo descubierto por Colón; le promete sus cielos, sus climas, su paisaje rico y variado:

Divina Poesía
    tú de la soledad habitadora a consultar tus cantos enseñada
    Con el silencio de la selva umbría;
    tú, a quien la verde gruta fue morada,
    y el eco de los montes compañía;
    tiempo es que dejes ya la culta Europa,
    que tu nativa rustiquez desama,
    y dirijas el vuelo a donde te abre
    el mundo de Colón tu grande escena,…

Para Esteban Echavarría [Obras Completas, 1870, III, 12] la poesía no ha llegado en estas tierras a adquirir un influjo notable sobre las nuevas naciones, y para que ello se logre "es necesario que aparezca revestida de un carácter propio y original", sosteniendo que "la poesía nacional es la expresión animada, el vivo reflejo de los hechos heroicos, de las costumbres, del espíritu; de lo que constituye la vida moral, misteriosa, interior y exterior de un pueblo".  Muchos testimonios de escritores del XIX propugnan por una "literatura nacional".

Criollos de una triple distinción: hombres de empresa, de estado y de letras. Creadores de las nuevas naciones, necesitaban convencer al resto de las clases sociales de la necesidad de instaurar una conciencia nacional, frente a la conciencia de colonizados que había dejado la metrópoli. Más de cuarenta escritores fueron entonces presidentes de repúblicas. En Colombia Mariano Ospina, Santiago Pérez, Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, José Manuel Marroquín y Marco Fidel Suárez. Una auténtica republique de professeurs. La necesidad de crear una "conciencia nacional" quizás explique también aquella insistencia en la creación de una "literatura nacional".

¿Pero, cómo eran estos letrados estadistas? Así los describe el venezolano Vicente González [Anarquía, 1861, 326].

"Unos magistrados que fundan el orden y el crédito con la justicia y la prudencia, Otros que escalan el poder adulando las malas pasiones y llamándolas al mando. Otros, que para conservarse, corrompen al pueblo y destruyen1 todo elemento social. Otros que vienen en reacción del despotismo y fundan la licencia. Otros que vienen en reacción de la licencia y fundan el despotismo. Guerras civiles y guerras sociales,.."

Y detrás de éstos los franceses y los ingleses, a quienes había pasado el dominio sobre las antiguas colonias españolas. Un francés podía decir en 1851, según J.F. Botrel, que Buenos Aires era mejor o igual a París. Y agrega que se pondría en grave aprieto a un librero si se le pidiesen las obras de Garcilaso de la Vega, pero que "está pronto a proporcionarnos las novelas de Dumas, de Sandeau, y las poesías de Alfredo de Musset", y concluye: (la calle Perú) "Es una copia de la rué Vivienne".

José Eusebio Caro, un romántico de la primera época, clama en La libertad y el socialismo:

XXXIV

¡Del orden inversión abominable!
    ¡Por guardia de la hacienda el más ladrón!
    ¡Por juez la inocencia el más culpable!
    ¡Por paz la esclavitud!  ¡Por ley el sable!
    ¡La fuerza por razón!
 
    XXXV

¡Eso es el socialismo! ¡El socialismo
    que, su fealdad queriendo disfrazar,
    él, hijo de ambición y de ateísmo,
    de libertad se atreve y cristianismo
    la estirpe a reclamar!
 
    XXXVI

¡Ese es el socialismo! ¡Hoy atavía
    con falsos nombres su genial horror.
    Su nombre Galia supo darle un día;
    su nombre dice más que tiranía;
    su nombre es el terror!

De ahí que no se pueda entender cómo algunos jóvenes escritores estén hoy patrocinando en revistas, prensa y radio una  conjetura que sólo tiene que ver con el pasado. Postular que la literatura en Colombia para serlo debe oler a río Cauca o Magdalena, debe sonar a bambuco y vestirse con ruanas Telsa, es un traspié obrado por la ignorancia. O acaso, ¿es menester realizar lo que los criollos no realizaron dada su condición de clase? Hay más todavía.

Antes que apareciera esa republiqué de professeurs, Bernardo de Balbuena había creado en Grandeza Mexicana [1604] toda la fabulosa geografía que proporcionan los románticos latinoamericanos. En ella se describen la opulencia y el refinamiento de Ciudad de México, la suntuosidad de sus palacios, la belleza de sus jardines, el lujo de los adornos, la variedad de los caballos y la vida animada las calles, plazas y mercados. Pero hay también un elemento que lo hace superior a los románticos: en su poema se  pueden "descubrir" las relaciones "reales" entre el  mundo del colonizador y el del colonizado. Ese México de los ricos criollos:

Es la ciudad más rica y opulenta,
    de más contratación y más tesoro,
    que el monte enfría, ni que el sol calienta.
 
    La plata del Pirú, de Chile el oro
    viene a parar aquí y de Terrenate
    clavo fino y canela de Tidoro.
 
    De Cambray telas, de Quinsay rescate,
    de Sicilia coral, de Siria nardo,
    de Arabia incienso, y de Ormuz granate;
 
    diamantes de la India, y del gallardo
    Scita balajes y esmeraldas finas,
    de Goa marfil, de Siam ébano pardo;
 
    de España lo mejor, de Filipinas
    la nata, de Macón lo más precioso,
    de ambas Javas riquezas peregrinas;
 
    la fina loza de Sangley medroso,
    las ricas martas de los scitios Caspes,
    del Trogoldita el cínamo oloroso;
 
    ámbar de Malabar, perlas de Idaspes,
    drogas de Egipto, de Pancaya olores,
    de Persia alfombras, y de Etolia jaspes;
 
    de la gran China sedas de colores,
    piedra bezar de los incultos Andes,
    de Roma estampas, de Milán primores;
 
    cuantos relojes ha inventado Flandes,
    cuantas telas Italia, y cuantos dijes
    labra Venecia en sutilezas grandes;
 
    cuantas Quimeras, Briareos, Giges,
    Ambers en bronce y láminas retrata,
    de mil colores, hábitos y embijes;
 
    al fin, del mundo lo mejor, la nata
    de cuanto se conoce y se practica,
    aquí se bulle, vende y se barata.

¿Será  cierto  que  la mejor literatura y  lírica tienen para su subsistencia que estar ligadas a una época  y   ser  "espejo"  o "reflejo" de las ideologías en boga? No lo creo, pues espero haber demostrado que la "literatura   nacional" del criollo es una   cosa  y  otra dicen sus poemas. La invención  renovada  de la  "literatura nacional" no es más que un embeleco, producido  por la ignorancia de la   historia, de algunos ideólogos de turno y nada tiene  qué ver  con las calidades o visiones de la literatura y en especial de la lírica.  Un poema no es bueno por ser español o inglés o colombiano. Ni tampoco por ser renacentista, esclavista   o   nacionalista.   La calidad de un poema depende de  muchas  otras   cosas, menos de éstas. Quizás otro ejemplo dé mayor veracidad a mis palabras. Don Luis de Góngora, parodiando en 1609 el lenguaje de los esclavos africanos que comenzaban a hablar español, escribió este poema:

"Pongamos fustana.
    e bailemo alegra;
    que aunque samo negra
    sa hermosa tu
    Zambambú,  morenica  del
    Congo, zambambú.
    Vamo a la sagraría, prima,
    veremo la procesión".

Donde preludia las letras de las rumbas y la prosodia de Nicolás Guillén.

Diríamos entonces, memorando a Flaubert, que la realidad es sólo un trampolín para la buena literatura, y que aquellos que propugnan hoy, desde cáfilas de la Social Bacanería como Punto Rojo, los teatreros de Santiago García y Enrique Buenaventura o las montañas donde envejecen Pedro Antonio Marín y Luis Alberto Morantes por una "literatura nacional",  son una pandilla de charlatanes que tratan de convencerse, y a nosotros con ellos, que han descubierto que agua del río Magdalena moja.