OSCAR COLLAZOS

El verano también moja las espaldas  y Son de máquina de Oscar Collazos (Bahía Solano, 1941) fueron celebrados por Zalamea, Cepeda Zamudio, Marta Traba y García Márquez porque revelaban e introducían en la tristeza cotidiana mundos familiares revulsivos con un erotismo directo a través de técnicas literarias inéditas entonces: una prostituta que oficia en Semana Santa, el entierro de un pederasta al que asisten los muchachos que compartieron sus cuerpos por un poco de dinero y un mucho de curiosidad, los partidos de fútbol que juegan, desnudos, en las playas de un puerto de mar, unos adolescentes. Y la música antillana al fondo de todos los decorados, sonando día y noche, incansable como la miseria de los protagonistas. Noches de los niños muertos, chagualos cantados, ritos de ánima y guaracha. 

Cuando Collazos abandonó Colombia en 1967 una nueva generación de escritores, a la que pertenece, había surgido para enfrentarse al histrionismo y artificios del Nadaísmo y a las tradiciones reaccionarias de la literatura llamada nacional, resquebrajadas por la acción y las obras de la generación de Mito.

Sabíamos —ha dicho refiriéndose al Nadaísmo— que en sus excesos publicitarios era un movimiento entregado a la charlatanería. Sin embargo contribuyeron a oxigenar el país no sólo con buena marihuana sino con una amoralidad que tuvo un saludable efecto en los sectores jóvenes de entonces. Los años venideros acabaron dándonos la razón y la literatura de nuestra generación empezó a ser reconocida en el ámbito latinoamericano, mientras del Nadaísmo sólo se salvaron aquellos nombres que poseían talento personal y no el sentido de tribu nómade y excéntrica que los llevaba, en los años sesentas, a los livings de la burguesía e incluso, a los desvanes del poder, que secretamente se reía de ellos.

Crítico marginal del mundo social y político, junto a Nicolás Suescún, Umberto Valverde y Luis Fayad, sin militar en partido alguno quiso ser una suerte de conciencia moral de una república sangrienta y asfixiante: la Colombia de los gobiernos del Frente Nacional. Ellos crearon la ruptura que sirve de paradigma a muchos jóvenes escritores, así no se reconozcan en los escritos de aquellos. Lo cierto es que a sus solitarias y desconocidas obras se debe el rechazo a la beatitud moral y de comportamiento que ejemplifica el Manual de Urbanidad  de Carreño, y la apertura hacia formas y pareceres de la mejor literatura latinoamericana y la novela norteaméricana y europea.

Collazos se ocupó en sus narraciones de los setentas y primeros ochentas del horror de las ideologías. Crónica de tiempo muerto, Memoria compartida y Tal como el fuego fatuo son algunas de ellas. Su lectura ofrece  un mapa, al fresco, de las cavernas y pozos de pensar, atados por dogmas que, colocados como plantillas de modistería sobre la vida en América Latina, produjeron espantosos delirios individuales y colectivos, casi inexplicables sin la ayuda del sicoanálisis. Sus personajes están atados a unas camisas de fuerza que entienden como caminos hacia la dicha, pero tienen que comprobar, quizás sin entenderlo del todo, que esas estrellas de la gloria y la felicidad han sido un abismo sin fondo.

Pero es quizás en una de sus últimas novelas, Fugas (), donde hace un resumen de la existencia marginada que nos ha tocado en suerte. Con una amarga ironía y un temple de dignidad que conmueve, Collazos narra la historia de un pícaro actual, amo y señor de la servidumbre elegida, que no desea poner en orden el mundo sino que aspira a dar orden a su memoria. Fabricio Ele relata sus azares tras mujeres mediante ininterrumpidas estafas morales y físicas. Ha asumido la existencia como fuga y expulsión de un paraíso que nunca alcanzará. Primero le arrojan del colegio y del hogar materno. Luego se hará actor por siempre jamás. Su ingenio y su voz, —la misma que podrán ahora escuchar  gracias a nuestro actor invitado—, le sirven para hacer de la vida una comedia de enredos. El circo, como metáfora del mundo capitalista, es su teatro mientras seduce a una contorsionista y hace de león en una jaula de amaestrador de fieras. Fabricio Ele debe rugir con verosimilitud y agradar al público con su fiereza para poder dar el salto hacia la impostura definitiva: de seductor implacable y traidor a máscara fiel para la cual estaba destinado: ser la voz de un mudo. Cicerón filosofante por escrito, sabio entre los sabios. El instrumento para estafar es ahora la poesía, la más ramplona poesía de los canones románticos que le llevan hasta la joven e ingenua Hortensia y así hasta que Fabricio Ele, huyendo de nuevo, tiene que embarcar hacia España envuelto por el último alud de una nieve que le ha caído en un hotel del Rodadero.

Fabricio, como Collazos y algunos de los miembros de su generación, es un perdedor, un marginado que ante la imposibilidad de vender su alma al diablo del poder, prefiere  fiarla por cuotas a las noches y los días que ofrecen las carnes de mujeres maduras y hambrientas. La vida digna reside en servir voluntariamente al amo que uno elige, no al que le impone la sociedad. Fabricio se entrega a la mujer, todas y ninguna, antes que a los aparatos de poder de los estados modernos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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