César Vallejo
Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.
(Voy a hablar de esperanza, fragmento)
En su tesis de grado para optar por el título de Bachiller en Letras en la Universidad de Trujillo en 1915, El romanticismo en la poesía castellana (1954), César Vallejo (Santiago del Chuco, 1892-1938), destaca, del romanticismo alemán, «el pensamiento sereno, el vuelo metafísico, las interrogaciones al infinito y el soplo de cristianismo que impregnan esta poesía, junto con el idealismo, las nebulosidades del Norte y el sincero sentimiento de la limitación de la vida», concluyendo que : «Hoy en el Perú, desgraciadamente, no hay ya el entusiasmo de otros tiempos por el romanticismo; y digo desgraciadamente porque, siendo todo sinceridad en esta escuela, es de lamentar que ahora nuestros poetas olviden esta gran cualidad que debe tener todo buen artista». Vuelo metafísico, interrogaciones al infinito, soplo de cristianismo, sentimiento de la limitación de la vida, y sinceridad, he aquí algunas de las constantes de su poesía.
Los heraldos negros, (1919) reflejan esas constantes además de los iniciales asuntos: amor sagrado y amor profano, horror a la explotación del hombre por el hombre y nostalgia del pasado abolido por la Conquista, mediante un procedimiento expresivo que insiste en el uso profano de términos litúrgicos y religiosos, a la manera de Nervo y Herrera y Reissing. Pero en Vallejo no es una moda sino una obsesión. Partes del cuerpo humano serán ornamentos o motivos rituales; los fenómenos de la naturaleza, símbolos del martirio, etc. Materias que venían a sumarse a su creciente convicción que el sufrimiento humano existe por la imperfección de Dios, quien a su vez sería un ser sufriente.
Los heraldos negros ofrecen temas que aparecerán a lo largo de su obra, pero también la transformación de su estilo, y muestran cómo la opulenta retórica del modernismo da paso a tendencias vanguardistas donde el tópico indigenista y las viñetas sobre la vida diaria o familiar están relacionados a formas del habla popular. Los indígenas son símbolo de la humanidad imposibilitada de realizarse a causa de la injusticia y la opresión; el amor está condenado por las precarias condiciones de la existencia; el hombre es un huérfano abandonado por Dios a buscar esperanza en un mundo sin sentido; los recuerdos infantiles se tornan dolorosos; la madre emerge como el principal símbolo del amor.
Prosas profanas de Darío y Los éxtasis de la montaña de Herrera y Reissig, son los modelos evidentes. Su lenguaje y la atmósfera sentimental refuerzan esa impresión, pero si penetramos cuidadosamente bajo el color local y las preciosidades superficiales, encontraremos las sólidas estructuras poéticas de un arte original e inigualable.
Trilce (1922) hizo trizas la tradición e inició una nueva época en la poesía. Sus setenta y siete poemas llevando apenas como título números romanos apareció tres años antes de Tentativa del hombre infinito (1925) de Neruda, inventando el surrealismo antes del Surrealismo.
El Surrealismo, que tuvo como divulgadores a André Bretón y Philippe Soupault, en publicaciones como Les champs magnétiques, [Paris, 1919] y Manifeste du surréalisme, [París, 1924], debe su nombre al calificativo que Guillaume Apollinaire dió a su drama Les mammelles de Tiresias, en 1916. Para Bretón surrealismo sería el «Automatismo psíquico puro, en virtud del cual uno se propone expresar el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento con ausencia de todo control ejercido por la razón y al margen de toda preocupación estética y moral. El surrealismo reposa sobre la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociaciones desdeñadas hasta la fecha, en la omnipotencia del sueño y en el juego desinteresado del pensamiento». Interesados en lo irracional, por creerlo inconsciente, por el sueño y el automatismo, quisieron encontrar los hechos psíquicos «puros», pues los creían fuentes únicas para descubrir la verdadera naturaleza humana. Algo así como la inspiración religiosa de los santos, el surrealismo terminó por ser un empleo irregular y pasional de la imagen por sí misma que aliena el resto del conjunto realidad. En el mundo de habla española el surrealismo fue una verdadera subversión de las costumbres estilísticas y conceptuales.
Las experimentaciones formales en Trilce son suficientes para demostrar la originalidad de Vallejo respecto al Surrealismo. «Hemos abundado —dice Saúl Yurkievich [Fundadores de la nueva poesía latinoamericana, 1984]—en el repaso del contenido de la revista Cervantes porque a través de la transcripción de estos textos, se va delineando un esbozo de la poética de Trilce. Pero no tenemos certidumbre de que Vallejo los haya conocido, carecemos de referencias directas del poeta respecto a sus lecturas. Aún admitidas estas influencias, Trilce sigue sorprendiéndonos. Su contemporaneidad, el acondicionamiento de Vallejo al movimiento literario europeo de su época, resultan todavía increíbles». Sin embargo la maestría en el uso de esas técnicas sólo pudo apreciarse tras la publicación, póstuma, de Poemas humanos, escritos desde 1923. En uno de ellos, La paz, la avispa, el taco, las vertientes..., la experimentación es sorprendente: agrupa en cada estrofa -[la primera con sustantivos, la segunda adjetivos, la tercera gerundios, la cuarta adverbios, la quinta adjetivos convertidos en nombres neutros]- palabras con sentidos similares para crear cierta atmósfera:
La paz, la avispa, el taco, las vertientes,
el muerto, los decilitros, el búho,
los lugares, la tiña, los sarcófagos, el vaso, las morenas,
el desconocimiento, la olla, el monaguillo,
las gotas, el olvido,
la potestad, los primos, los arcángeles, la aguja,
los parrócos, el ébano, el desaire,
la parte, el tipo, el estupor, el alma...
Dúctil, azafranado, externo, nítido,
portátil, viejo, trece, ensangrentado,
fotografiadas, listas, tumefactas,
conexas, largas, encintadas, pérfidas...
Ardiendo, comparando,
viviendo, enfureciéndose,
golpeando, analizando, oyendo, estremeciéndose,
muriéndose, sosteniéndose, situándose, llorando...
Después, éstos aquí,
despúes, encima,
quizá, mientras, detrás, tanto, tan nunca,
debajo, acaso, lejos,
siempre aquello, mañana, cuánto,
¡ cuánto...!
Lo horrible, lo suntuario, lo lentísimo,
lo augusto, lo infructuoso,
lo aciago, lo crispante, lo mojado, lo fatal,
lo todo, lo purísimo, lo lóbrego,
lo acerbo, lo satánico, lo táctil, lo profundo...
Con una riqueza sin fin que pareciera surgir del fondo mismo de la lengua Vallejo usa arcaísmos, tecnicismos, neologismos, adverbios que se hacen verbos, exclamaciones que se sustantivan para transmitir sus nuevas visiones. Aunque independiente de escuela alguna es absolutamente contemporáneo en sus expresiones herméticas e irracionales y, desechando la lógica tradicional intenta dar nueva vida a las palabras a través de temas donde busca amor, y otros valores, en un mundo absurdo. Una angustiosa crisis de consciencia que produce la arbitrariedad del mundo y de los signos lingüísticos. La amarga ironía y el humor negro ofrecen un sentido de inmediatez y urgencia, y la sintaxis refleja una violenta lucha interior por aislar, con la ayuda del lenguaje, los últimos recursos espirituales del hombre. Vallejo abandona el simbolismo y los tonos modernistas como rechazo a las supersticiones en boga sobre «lo bello» y la pretensión de una poesía como catarsis.