Mito y el Nadaísmo

Hace veinticinco años falleció Gonzalo Arango. La efemérides ha servido para recordar la vida de uno de los colombianos que más ha gozado de prestigio entre las nuevas generaciones de poetas y a quien, sin duda, varios de los indiscutidos líderes de la lírica nacional hoy, deben su educación formal.

Decir que buena parte de la poesía que se escribe en el país no es deudora del Nadaísmo, sería tapar el sol con las manos. Cuando se leen los cientos de poemas que se publican en revistas y prensa, lo primero que uno entiende es que esos jóvenes y por supuesto, sus figuras rutilantes, han bebido más en las fuentes líricas de ese movimiento, que aprendido o leído en los maestros del idioma o de otros ámbitos lingüísticos.

Fue esa vanguardia tardía la que signó la poesía colombiana de hoy. Toda la superficie y el fondo, de esos bosques de metáforas que son el cuerpo y el ánima de nuestra joven poesía, no son cosa diferente que una caricatura de las sintaxis, y una desfiguración de los asuntos de que se ocuparon los nadaístas de mayor prestigio. No sucedió así con Jaime Jaramillo Escobar, conocido en aquellos años del movimiento como X-504. Su obra no ha recibido la atención que merece, y a pesar de haber ejercido la docencia por varias décadas en Medellín, sigue siendo un astro solitario sin imitadores a la vista.

Gonzalo Arango, Amilkar-U, Josemario Arbeláez, Mario Rivero, Darío Lemus y Juan Manuel Roca son los padres de la nueva lírica colombiana. Así lo han reconocido importantes y definitivos poe­tas como Darío Jaramillo Agudelo, Juan Gustavo Cobo Borda, que hiciera "hace años la definitiva antología del Nadaísmo” , María Mercedes Carranza, cuya obra es, dice ella misma,  “la feliz culminación de la de Mario Rivero” y Juan Manuel Roca, a quien debe ese movimiento en los últimos años, mucho más que a los esfuerzos de Josemario, su revitalización definitoria. Sus cientos de poemas, repetidos hasta la alucinación e insensatez en esa página franca a escasas corrientes del pensamiento y la lírica que es el Magazín Dominical de El Espectador, son la culminación y cielo de la incipiente pero indestructible obra de Darío Lemus.

Hay quienes se han atrevido a decir que su maestro y mentor fue Álvaro Mutis. Nada más falso. Su obra no tiene el pensamiento monárquico y egoísta de Mutis, porque Juan Manuel Roca, piedra angular de la democracia y la tolerancia, es un verdadero apóstol de la igualdad entre los hombres y por supuesto, entre los poetas.

Como se sabe, el Nadaísmo surgió en uno de los peores momentos que ha vivido la literatura colombiana. Cuando Gonzalo Arango hizo las primeras manifestaciones de rebeldía y publicó los iniciales manifiestos del movimiento, Colombia estaba sumida en la lectura de las novelas de Eduardo Caballero Calderón, Manuel Zapata Olivella, Manuel Mejía Vallejo, Flor Romero de Nora y los poemas de Carlos Castro Saavedra, Dora Castellanos, Maruja Viera, Alfonso Bonilla Naar, Javier Arias Ramírez, Eduardo Carranza y Jorge Rojas. Unas narrativas y líricas que destilaban el más crudo realismo social e íntimo y no eran expresión de los convulsionados tiempos que corrían sino de un ayer, inmediato, es cierto, pero superado en crueldad por la violencia oficial y religiosa de los años posteriores al asesinato de Gaitán.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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