Paz interpreta la historia de México como resultado de tres grandes rupturas: la conquista, la independencia y la revolución. Con una prosa brillante, plena de artificios, imágenes, epigramas, visiones y generalidades retrata la vida, el pasado y el presente de México, meditando la historia con lucidez, conjurándola, poniendo en su sitio  los dioses de la soledad mexicana, los estrechos caminos del nacionalismo, los miedos ante el mundo, . Tratando de asimilar el pasado, sugiere Paz, la Revolución, instintiva, brutal, tierna e impredecible, permanece como un activo equivalente de la fiesta más que como un programa racional. Sus héroes, Zapata, Villa y Carranza, convertidos en mitos, están sumergidos en un baño de sangre como el de Cuauhtémoc. Es necesario escapar de ese México y retornando a los orígenes, construir una verdadera alma a la nación. La fiesta, es decir la Revolución, fue el encuentro del país consigo mismo. [5]

La certeza de que la soledad es nuestra substancia íntima, medula el volumen. Estamos desamparados, desnudos en un mundo de violencia y sin dioses. Somos, por primera vez en nuestra historia -dice Paz-, contemporáneos de todos los hombres.

Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir, es separarnos del que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de la condición humana.

Y sin embargo, el Otro nos espera:

Pues tras este derrumbe general de la Razón y la Fe, de Dios y la Utopía, no se levantan ya nuevos o viejos sistemas intelectuales, capaces de albergar nuestra angustia y tranquilizar nuestros desconcierto; frente nosotros no hay nada. Estamos al fin solos. Como todos los hombres. Como ellos, vivimos el mundo de la violencia, de la simulación y del ninguneo: El de la soledad cerrada, que si nos defiende nos oprime y que al ocultarnos nos desfigura y mutila. Si nos arrancamos esas máscaras, si nos abrimos, si, en fin, nos afrontamos, empezaremos a vivir y a pensar de verdad....Allí en la soledad abierta, nos espera también la trascendencia: las manos de otros solitarios.

En París fue influenciado por el surrealismo. En esta escuela, , el poeta Paz encontró el camino, para negar la cultura occidental, que buscaba al escribir El laberinto de la soledad:: independencia de los sistemas políticos y las ideologías. El surrealismo, que propuso abolir la realidad opresiva de unas sociedades decadentes que se creían únicas y verdaderas, le permitió expresar las tendencias más ocultas, del ser y la historia, mediante la imaginación y la poesía. En El amor loco  de Bretón y El matrimonio del cielo y el infierno de William Blake, descubrió la identidad del amado con la naturaleza: las palabras, las frases, las sílabas y los astros -que giran alrededor de ese centro móvil y fijo- son dos cuerpos que se aman y terminan por cubrir la página donde se escribe, donde por la existencia del amor, existe el poema.

El surrealismo confirmó, además, su creencia en la eternidad del arte, que sobrevive a los imperios, a los partidos, a los dioses, y que sin servir a nada ni a nadie, , es la libertad misma porque el hombre se crea y se conquista con su ejercicio, acto irrepetible, único y total. Paz se halló entonces en el centro de un mundo que había buscado con angustia: el erotismo y su otro rostro, el amor. Erotismo, alma del lenguaje y su espina dorsal, porque como éste y aquel, son una invención social, la veraz relación con el Otro.

¿Aguila o Sol? (1951), es una incandescente visión del pasado, presente y futuro de México. Trabajos del poeta, ofrece fragmentos de un monólogo de alguien que se desdobla. Un ser rodeado, condenado por las Furias: todos ojos de bocaza, se presentan Tedevoro y Tevomito, Tli, Mundoinmundo, Carnaza, Carroña y Escarnio. Una simbología de lo perverso y lo feo rodea esta voz que presiente las jerarquías del mal, perturbadoras del sueño. Paz pregunta ¿dónde empezó la infección, en la palabra o en la cosa?. Unicamente la poesía puede salvarle, librarle del cubil, de la negra noche en que ha caído. Arenas movedizas, está constituído por varios apólogos donde usa los recursos del humor negro. En El ramo azul  se despierta con el sopor del aire, sale a la calle, siente una presencia, se sabe seguido, le alcanza, le conmina a no resistir. Quién le asalta busca unos ojos azules porque su novia  . Mi vida con una ola, es uno de los más originales poemas del libro. El poeta vive con una ola las alegrías y dolores del amor hasta que, como contrapartida de la felicidad, tiene que deshacerse de ella, de la belleza. Todo el amor del mundo, parece decir Paz, para ser real debe terminar.

Piedra de Sol  (1957), es uno de los poemas más notables del siglo XX. No hay duda que debe mucho al surrealismo, y aunque se burle de las abstracciones, en él subsisten rasgos de los orígenes metafísicos del poeta. Es un homenaje al planeta Venus, cuyos 584 días cíclicos están representados por sus 584 endecasílabos. Venus es la Estrella de la Mañana (Phosphorus o Lucifer) y la Estrella de la Tarde (Hesperus o Vésper).

Asociado a la Luna, a la humedad, al agua, a la vegetación naciente, a la muerte y resurrección de la naturaleza, -anota Paz en la nota que puso a la primera edición- para los antiguos mediterráneos el planeta Venus  era un nudo de imágenes y fuerzas ambivalente: Istar, la Dama del Sol, la Piedra Cónica, la Piedra sin Labrar (que recuerda al pedazo de madera sin pulir del taoísmo), Afrodita, la cuádruple Venus de Cicerón, la doble diosa de Pausanias, etc...

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5. «La Revolución es una súbita inmersión de México en su propio ser. De su fondo y entraña extrae, casi a ciegas, los fundamentos del nuevo Estado. Vuelta a la tradición, re-anudación de los lazos con el pasado, rotos por la Reforma y la Dictadura, la Revolución es una búsqueda de nosotros mismos y un regreso a la madre. Y, por eso, también es una fiesta: la fiesta de las balas, para emplear la expresión de Martín Luis Guzmán. Como las fiestas populares, la Revolución es un exceso y un gasto, un llegar a los extremos, un estallido de alegría y desamparo, un grito de orfandad y de júbilo, de suicidio y de vida, todo mezclado. Nuestra Revolución es la otra cara de México, ignorada por la Reforma y humillada por la Dictadura. No la cara de la cortesía, el disimulo, la forma lograda a fuerza de mutilaciones y mentiras, sino el rostro brutal y resplandeciente de la fiesta y la muerte, del mitote y el balazo, de la feria y el amor, que es rapto y tiroteo. La Revolución apenas si tiene ideas. Es un estallido de la realidad: una revuelta y una comunión, un trasegar viejas substancias dormidas, un salir al aire muchas ferocidades, muchas ternuras y muchas finuras ocultas por el miedo de ser. ¿Y con quién comulga México en esta sangrienta fiesta? Consigo mismo, con su propio ser. México se atreve a ser. La explosión revolucionaria es una portentosa fiesta en la que el mexicano, borracho de sí mismo, conoce al fin, en abrazo mortal, al otro mexicano.» El laberinto de la soledad, México, 1967, pg., 134..