Pero también, y además, un poema de reconciliación entre la noche y el día, el amor y la guerra, el sueño y la memoria, el silencio y el discurso: Una voz cae a través del  tiempo y el espacio, busca contactos, los despojos cósmicos de las catástrofes históricas flotan. El amor surge como la única salvación posible: el deseo de poder encarnar en el presente, donde la carne, saciándose, pueda dar orden momentáneo al caos. Mujer y mundo se hacen un solo cuerpo para que, quien habla o lee, recoja sus fragmentos y avance sin cuerpo, a tientas por otros mundos que no son su memoria. Entonces el espacio detiene el viaje. Paz desciende y recuerda una visión a las cinco de la tarde, con el sol sobre los muros de piedra, cuando las jóvenes abandonaban el colegio:

busco una fecha viva como un pájaro,
busco el sol de las cinco de la tarde
templado por los muros del tezontle:
la hora maduraba sus racimos
y al abrirse salían las muchachas
de su entraña rosada y se esparcían
por los patios de piedra del colegio,
alta como el otoño caminaba
envuelta por la luz bajo la arcada
y el espacio al ceñirla la vestía
de una piel más dorada y transparente,

y olvidando el nombre de la muchacha, el poeta canta a la mujer en una serie de letanías metáforas. Luego recorre lugares de México y Berkeley e ingresa en uno de los pasajes más citados del poema, una escena de la Guerra civil española: el bombardeo sobre la Plaza del Angel, en Madrid en 1937. El amor, otra vez, permite encontrar la identidad perdida, derrumba alambradas y rejas, destruye a aquellos que se han hecho escorpiones, tiburones, tigres y cerdos para el hombre. La pasión, la locura de amor, el suicidio de quiénes aman, el adulterio, el incesto, la ferocidad amatoria, la sodomía, etc., son preferibles a la enajenación y a la aceptación de una sociedad que nos arruina:

amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasmas con un número
a perpetua cadena condenados
por un amo sin rostro;

En Piedra de sol la violencia y el sacrificio son ofrendas a dioses hambrientos y exigentes. Las mitologías cristiana y azteca brindan el escenario y dotan de cuerpo a figuras como Lincoln, Moctezuma, Trosky y Francisco Madero, asesinados en la búsqueda del bien. Incapaz de lograr la totalidad ansiada, la voz vive en el deseo y la nostalgia por lo sagrado, que fugaz se revela en las antiguas ruinas de las religiones o en los cuerpos donde el amor tiembla omnipresente, concluyendo:

-¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida -pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos-,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos,

Algunas de las ideas poéticas de Paz están consignadas en El arco y la lira  (1956), y en la primera sección de Corriente alterna  (1967), una colección de ensayos sobre arte, ética, pensamiento oriental, drogas, la política del Tercer Mundo, los mass-media, etc. Uno de los más fascinantes capítulos de El arco y la lira  es La otra orilla . Esta frase metafórica, dice Paz, aparece, frecuente, en los escritos de algunos maestros budistas. El salto mortal  mediante el cual alcanzamos la otra orilla, explica, debe considerarse como la experiencia central del budismo [6] Zen. Pero no sólo de éste. Para el cristianismo, bautizar, comulgar, y los varios ritos de iniciación, no son cosa distinta que un tránsito destinado a hacernos cambiar, a hacernos otros, como sucede con los tabús primitivos, sagradas regiones más allá del mundo material o la esfera hacia donde aspira llegar Juan de la Cruz, tierras de mito, arquetipos y leyendas donde el hombre trataba de alcanzar la realidad mediante el rito y el encantamiento, o mejor, donde cada hombre quiere encontrarse con su doble, su otro. Ese sería el significado de la experiencia religiosa, del erotismo y las visiones poéticas que nos permitirían, ocasionalmente, llegar hasta la otra orilla: tierra nostálgica de reunión con lo Otro. Para Paz las experiencias eróticas son la llave para realizar esta mística unión y descubrir  como sostiene el budismo. Desesperanza muy parecida a la de Eliot en La tierra baldía, que buscó lo absoluto más allá del poder, a través del amor y el arte.

Un cambio significativo ha sucedido con la publicación de sus últimos libros de poemas. Vuelta (1975), es amargura y pesimismo; los sueños son ahora pesadilla: en Nocturno de San Idelfonso lamenta la aparición de un clero de políticos de izquierda que, a la manera de los jesuitas de otros tiempos, quieren ignorar y justificar las más horrendas atrocidades. El poema es una amarga sátira contra las burocracias donde terminaron las utopías de occidente. En Arbol adentro(1987), la sabiduría es inútil, el tiempo ha llegado a su consumación y del amor, sólo quedan la costumbre y los recuerdos.

___________________________________

6. «Entre el inframundo y el mundo superior hay una gradación de modos de ser -o de modos de vacuidad-. En ambos casos, el equilibrio consiste en un leve desequilibrio: corporeidad, sensualidad en el budismo y, en el catolicismo medieval, transfiguración espiritual de los cuerpos. Una religión que niega la realidad del cuerpo, lo exalta en su forma más plena: el erotismo; otra, que ha hecho de la encarnación su dogma central, espiritualizada y transfigura la carne.» Octavio Paz: Conjunciones y disyunciones, México, 1959.