Nostalgia de la muerte está dividido en tres secciones: Nocturnos, Otros nocturnos y Nostalgias . Como ha escrito Paz, el tema de la muerte reaparece en este siglo como reacción ante las vanas glorias del positivismo. El auge de la electricidad, la máquina a vapor, los viajes interoceánicos, el descubrimiento de la clorofila y su combate contra las caries, las vacunas, y un etcétera prolongado como la ciencia misma, había hecho creer a los poderosos en las posibilidades eternas de la Belle Epoque. Pero la Gran Guerra acabó con esas ilusiones. La miseria y la muerte, el proletariado y los campesinos, la barbarie y la antidemocracia suplantaron a los Reyes trayendo guerras tan feroces como nunca antes se había visto. Y la muerte volvió por sus fueros, con todas sus cartas de ciudadanía, con la bomba atómica, los campos de concentración y el macartismo. Villaurrutia, no sólo por saberse enfermo incurable de su corazón, por homosexual, sino por sentir —en ese mundo de desolación y mentira que fueron los años de esplendor del Partido Revolucionario Institucional y su presidente Lázaro Cárdenas— que era mejor vivir la muerte antes de morir, consagre sus mejores experimentaciones al asunto. Todos los poetas de entonces escribieron poemas sobre la muerte y sus actos.
En los primeros poemas de Nostalgia de la muerte el motivo está relacionado mas con el sueño y la noche. Ambos negación de la vida. El uno pausa. El otro, el fin. Villaurrutia es una especie de boga del inconsciente, guiando los ecos de su lucidez por los laberintos de las formas y el lenguaje. Había recibido la revelación y virtudes del sueño como vigilia de los surrealistas, y con ellos remontó el río del tiempo hasta llegar al romanticismo alemán. «Nunca como en el romancismo alemán —sostuvo—, nunca como ahora, en la poesía moderna y contemporánea, que tan naturalmente se enlaza con el verdadero romanticismo y que parece prolongarlo y continuarlo de mil maneras obscuras o luminosas, abiertas o secretas, las relaciones entre la vigilia y el sueño han sido más estrechas ni más profundas». En esos Nocturnos aparecen estatuas, sombras, muros, espejos, mármoles, humo, esquinas, escaleras, calles vacías que son recuerdos de De Chirico.
La segunda sección la componen los mejores poemas de su obra: Nocturno en que habla a la muerte, Nocturno de los ángeles, Nocturno rosa y Nocturno mar. La última, de nostalgias, incluye Décima muerte, juzgado el mejor poema.
Villaurrutia, pintor en poemas, usó de modelos que trasfiguraba con la imaginación y el delirio. Cada uno de sus textos huele y recuerdan a Silva, Supervielle, Rilke y otros, pero la atracción por la muerte mancha y borra, alucinantemente, el modelo. No hay en ellos, sin embargo, simbolo alguno de La muerte mexicana: ni calaveras, ni esqueletos, ni velas ni flores, ni cama de muerto, ni sarcasmo ni burla. Su muerte «la compañía con que se habla a solas», cuerpo y palabra sin boca, presencia sin rostro y sin voz «es el viento que mueve las cortinas, la sombra que se ahoga en el espejo». Como su vida, ella está apartada, es solitaria, reflexiva, íntima y aristocrática. Un sueño-muerte contemporáneo donde la tradición desaparece para hacerse territorio de violencias y persecuciones. En la vigilia existe la vida, las ciudades, las pasiones sexuales y furtivas de los ángeles. En la noche se niegan y amplían las costumbres aceptadas, mientras el insomnio es cómplice de todos los instintos. Noche y muerte son las únicas elecciones que quedan al abandonado de la luz.
Villaurrutia —ha dicho Paz— no tiene una reputación continental y su poesía es poco leída. No es difícil de entender la razón. Es una poesía solitaria y para solitarios, que no busca la complicidad de las pasiones que hoy tiranizan a los espíritus: la política, el patriotismo, las ideologías. Ninguna iglesia, ningún partido y ningún Estado pueden tener interés en propagar poemas cuyos asuntos —mejor dicho, obsesiones— son el sueño, la soledad, el insomnio, la esterilidad y la muerte... Nada en esta poesía puede atraer a lectores que, como la mayoría de nuestros contemporáneos, reducen la vida, sin excluir la de los instintos y el deseo, a categorías ideológicas.
Como autor de teatro quizo prolongar las intenciones de Oscar Wilde y Bernard Shaw usando de la ironía y los epigramas como instrumentos para hacer visibles las mediocridades del medio con agudezas y verdades de a puño. El adulterio, el incesto y sus intentos de realización, hijas abandonadas, destrucción del hogar son algunos de sus asuntos, en variados intentos por desmitificar las instituciones sin lograr su derrumbe. Villaurrutia carecía de esa capacidad de alejamiento que hizo de la obra de aquellos un modelo moderno de autocrítica social.