Luis Carlos López

En esa tienda López hacía tertulia con sus amigos y leyó, entre encurtidos y jamones, a sus autores preferidos: Unamuno, Machado y Ortega. La vida de tendero duró varios años, hasta que ante sucesivos fracasos comerciales tuvo que dedicarse a la diplomacia y luego, a la burocracia,  empleo con que el estado colombiano ha pagado a ciertos escritores. Según Marina López, la hija del poeta:

Mis recuerdos infantiles más lejanos datan de la época en que vivíamos en una casa de la Calle del Coliseo, en el centro de Cartagena, cerca donde estaban los locales de la librería Mogollón, hoy ocupados por Sears.  En la parte baja había una tienda de rancho y licores que mi abuelo le había dejado a papá, donde se vendían jámones y salchichones importados, quesos de Gruyere enormes y redondos, vinos franceses, italianos y españoles. Mi papá pasaba el día metido allí, entre los quesos, los salchichones y los vinos, tratando de conservar el negocio a flote. El resto del tiempo lo dedicaba a leer y a escribir, y a la vida familiar. Pero como mi papá no era nada comerciante, aquel negocio se acabó.  

Pasados los años de la dictadura de Reyes y tras la llegada de los Republicanos al poder, con Carlos E. Restrepo, López se aventuró en política y  en el periodismo.  Fundó La Unión Comercial y se postuló como candidato a la Cámara de Representantes.

El Republicanismo fue una coalición de la oligarquía a fin de reformar el sistema político. Su principal contribución fue la firma del tratado Urrutia-Thompson, el 6 de abril de 1914, que pretendía ofrecer reparación moral a Colombia por la pérdida de Panamá y compensaba al país con 25'000.000 de dólares. Así se reanudaron las relaciones formales con los Estados Unidos, dando gusto a una burguesía que no tuvo el menor reato en esperar siete años, entre 1914 y 1921, cuando el tratado fue aceptado por el Congreso de los Estados Unidos.

Después de estos fracasos políticos y comerciales la vida de López se hizo monótona. Fue director de la imprenta departamental de Bolívar; Abadía Méndez le nombró cónsul en Múnich y Eduardo Santos le hizo conceder otro cargo diplomático en Baltimore. Murió el 30 de octubre de 1950.

Publicó cuatro libros: De mi villorrio (1909); Posturas difíciles (1909); Varios a varios (1910) y Por el atajo (1920), con una reimpresión en 1928. De los cuatro volúmenes, sólo el último se hizo en Cartagena.

En De mi villorio  predominan los textos paisajísticos, retratos de acuarela cuya mayor virtud son las frases donde la naturaleza pierde toda su tradición de grandeza para convertirse en un estado de ánimo de quien escribe. Para López la tierra caliente es el sitio más aburrido del mundo; las noches llegan cansadas, bostezando; el mar es un viejo bilioso, las aspas del molino cabecean neurasténicas y los bueyes caminan atacados de melancolía. Una tarde de invierno, sucia, mientras oscurece, los labriegos vuelven de la brega, mientras el terrateniente, en coche, baja, indiferente, por el camellón; un domingo, mientras el cura pasa leyendo un misal sin preocuparse por la pobreza de sus parroquianos, el poeta limpia un fusil y se pregunta si no sería mejor usarlo para eliminar al cura.

Hay también otros que describen personajes de aldea: el barbero, el alcalde y el poeta. El barbero, antiguo liberal, convive en paz con todo lo que había combatido; el alcalde pasa la vida entre las buenas sopas y su mujercita; y el poeta: pobre, melenudo, sin trabajo, se resigna a vivir. Y frente a estos contemporizadores, una voz de discordia: en De sobremesa, cuando la esposa le reconviene para que no fume ni maldiga después de la cena, él exclama: ¡como si fuera tan fácil!

Esos son, en síntesis, los asuntos de su primer libro.  Sin pasar por alto algún poema como Versos rurales, donde  habla de un pueblo en primavera, con pastores que cantan coplas sencillas acompañados por tamboriles, porque han desaparecido las hojas amarillas y es el tiempo de la vendimia:

 

Al frescor de la tarde, cuando en la lejanía

tiembla el tinte cenizo de un retazo de invierno,

danzamos con las mozas de la vieja alquería,

mozas de carne dura, de corazón muy tierno…

 

O Mi azotacalles, único texto erótico, de un raro erotismo que prefiere mirar la modelo desnuda a gozar con ella.  Voyerismo más que fornicación:

 

Dudo ante el lienzo, dudo

copiar al desnudo

su cuerpo menudo,

que parece una fruta en sazón.

 

Las horas que paso,

aparentemente sin hacerle caso,

mirando el ocaso

discreto del pubis de melocotón.

 

Como no comprende, sintiéndose en celo,

que adore al modelo

y no tenga mimos para la mujer,

qué cara más triste, de asombro, de duda,

cuando está desnuda

pone en el remanso tibio del taller…

 

Posturas difíciles  (1909) fue impreso por la Librería de Pueyo en Madrid y sus novedades temáticas son algunos irónicos retratos de costumbres y personajes: mientras los frutos se ahogan entre la maleza, el poeta aconseja contemporizar con las costumbres, pues no hay nada que pueda contra la tradición. Para poder triunfar hay que adaptarse a las circunstancias, sujetándose a todas las humanas tonterías y caprichos a que está expuesto el espíritu burgués en provincia; un bohemio regresa al pueblo luego de haber vagado, con su melena, por el mundo, y haber realizado los oficios más inverosímiles, sin saber lo que le espera en la aldea soporífera; una pareja que llega de París es retratada sin ahorrar sarcasmos, especie de reacción provinciana contra la Belle Epoque  o la burguesía satisfecha:

 

Ceñido flux de pederasta, flor

fragante en el ojal,

mostachos agresivos de tenor

y muy agudo el ángulo facial.

 

Y la novia, la falda de color

mimoso, azul lilial,

cabellos de un rubor

de lacre, una actitud sentimental

 

y ojos de liebre.  Gastan el placer

de levantar —unido el canotier

con la chistera en forma de bacín—

 

la polvareda de la exhibición,

requiriéndose con

frases de almíbar y de pepermín…

[Los que llegaron de París]

y agrega una Visión inesperada, que según sus palabras, no es para señoritas que puedan asustarse ante la aparición de un faro que sin duda parece un falo.

 

Pasamos a unos metros de un islote

que sobresale con

la indolencia sensual del hotentote.

No hay una brizna de vegetación.

 

¿De quién será este lote

de piedra, esta senil aberración

de los siglos?  En vano es el azote

del mar contra la flema del peñón.

 

Luce un faro que tiene

la burda forma de un erecto pene

fenomenal.  Tal vez

 

medita en el amor este rapado

terruño acantilado,

¡solo en su candorosa desnudez!

 

En 1910 la Editorial Pueyo de Madrid publicó el libro colectivo, Varios a varios, que incluía poemas de López con una dedicatoria a Miguel de Unamuno. En una especie de prólogo los autores decían:

El odio provinciano a todo lo que por algo descuelle sobre lo corriente y lo vulgar, es una actitud de defensa, una de las formas en que comúnmente se traduce el instinto de conservación en las bestias brutas que componen toda mayoría compacta.

Postulación —aparente— de apoyo a ciertas tesis noventayochistas, pero verdadero rechazo al hombre de provincia, «reaccionario y colectivizante». López y sus amigos, en plena euforia de la Belle Epoque  consideran sus pueblos lugares de miseria espiritual.  En este volumen hay algunos poemas «críticos», que más que retratar hacen caricatura de seres y situaciones.  Ese es el caso de Lulú, la muchacha víctima de la iglesia y que es al tiempo un cuadro dickensiano de navidad. En Mi española raza  se reconoce en la visión anglosajona de los españoles: la iglesia, el ejército y el toreo. Otra caricatura, de una nación que por la época luchaba vigorosamente por sacudirse de una burguesía monárquica e incapaz. López no ve en los españoles otra cosa que campanas, rosarios, sotanas, rameras, mendigos y  militares.