En esos momentos de crisis llegó a Santiago a comienzos de los años veintes y publicó sus primeros libros. Allí leyó con detenimiento en Darío, Herrera y Reissig y Carlos Sabat Ercasty cuyas voces resuenan en La canción de la fiesta (1921) y Crepusculario (1923). El amor y la naturaleza se manifiestan en esos poemas a través de metáforas románticas. El sentimiento de soledad predominante es novedoso, especialmente en el segundo libro, que anuncia, a pesar del uso de formas y motivos tradicionales como el cuarteto alejandrino y los lamparios, ojivas, primaveras, amadas, Pelleas y Melisanda, Paolos y Helenas, la agonía del Modernismo. Neruda tiene los sentidos abiertos a una realidad no idealizada; ve las cosas y los asuntos con ojos cotidianos, fotográficos, con el oído, el tacto y el olfato en guardia ante el peso real del sonido que emite la pandereta de un mendigo ciego, ante el hierro, la ceniza, el yunque, los puentes de los ferrocarriles, el surco, los árboles, las playas, el agua lluvia, el agua río, el agua mar, el agua lágrima y los gestos del cuerpo: el amor y el dolor de amar. El poeta fija las palabras en los pájaros, los insectos, los huevos de perdiz, la cicatriz en la cara de alguien, las tarjetas postales, el olor de la madera, el color de los copihues, el sabor de la carne de cordero, colocándose a buena distancia de la literatura rubendariaca de entonces. Belleza y fealdad, nobleza y bellaquería se dan cita por igual en Crepusculario  expresando el fluir de una vida hecha de inmediatez y vulgaridad. López Velarde, Vallejo y Eliot habían hecho otro tanto entonces, estableciendo nuevas voces y caminos a la poesía en Occidente.

Las ciudades -hollines y venganzas-
la cochinada gris de los suburbios,
la oficina que encorva las espaldas,
el jefe de ojos turbios.

. . . Sangre de un arrebol sobre los cerros,
sangre sobre las calles y las plazas,
dolor de corazones rotos,
pobre de hastíos y de lágrimas.

Un río abraza el arrabal como una
mano helada que tienta en las tinieblas;
sobre sus aguas
se averguenzan de verse las estrellas.

Y las casas que esconden los deseos
detrás de las ventanas luminosas,
mientras afuera el viento
lleva un poco de barro a cada rosa.

. . . Lejos . . . la bruma de las olvidanzas
-humos espesos, tajamares rotos-,
y el campo ¡el campo verde! en que jadean
los bueyes y los hombres sudorosos.
(Barrio sin luz, fragmento)

Más lejano del Modernismo es Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) donde la carne es cuerpo entero y geografía de caminos, montes y abismos. Una naturaleza animal preside su tono cuando equipara la mujer y la tierra, las estaciones del amor y las del año. El procedimiento esta vez da forma a los sentimientos colectivos en la transfiguración de los propios mediante un ritmo y melodías que sirven al lector para fabricar sus propias evocaciones. Por vez primera, en español, un poeta hablaba el lenguaje de sus anónimos y masivos lectores. Jaime Concha [4] ha sostenido que si hay algo que representa la poesía de los Veinte poemas, si hay algo que determinó una lectura tan extendida en los países del continente, no es otra cosa que el eros de la pobreza, un amor a la medida de la clase media.

Lo que explicaría su éxito a través de los años en sucesivas y millonarias ediciones. Neruda vivió durante cinco años en el Oriente en soledad, acompañado por un perro, una mangosta y el amor de una joven birmana: Josie Bliss. Esos fueron los años de composición de Residencia en la tierra, publicado en Santiago en 1933 en una edición de lujo de cien ejemplares y reeditado en Madrid, en dos tomos, a finales de 1935. Residencia en la tierra, con cincuenta poemas escritos durante diez años (1925-1935), estableció a Neruda como el mejor testigo de su tiempo: la pasión, la angustia, el tedio y la soledad del hombre en los años de entreguerras están allí retratados en ese itinerario de la descomposición y la decadencia de un mundo y una vida ineludibles. Tierra sin sentido hecha de despojos inesperados: bodegas, ropa interior, pianos deshechos, casas de salud, baba y botellas. Cada gesto, cada rostro es un signo de la destrucción por la muerte: los hombres y sus esfuerzos, las estrellas, las olas, las plantas en sus parábolas diurnas y nocturnas, el paso de las nubes, el amor, las máquinas, la ruina de los objetos cotidianos, la lima del orín, la vejez, delatan el trabajo de la muerte. El mundo hecho cosa y asunto de comercio; una realidad desintegrada que iba quedando también en el jazz, el cubismo y el ex­presionismo. Escrito en una época desdichada y agónica, la ironía de las ideologías haría que Neruda rechazara, este su libro más importante. [5]

Neruda se ha referido en sus memorias a la época en que escribió Residencia en la tierra. Dice que la verdadera soledad la conoció en Wellawatta, algo duro como la pared de un prisionero, contra la cual hay que romperse la cabeza, sin que nadie venga aunque grites y llores [...] Mi vida oficial era inexistente. El quehacer llegaba una sola vez cada tres meses, al arribo de un barco de Calcuta, que transportaba parafina sólida y grandes cajas de té para Chile. Afiebradamente debía timbrar y firmar documentos. Luego, otros tres meses de inacción, de observación solitaria de mercados y templos. Esta es la época más dolorosa de mi poesía.

Caballo de los sueños, Unidad, Sabor, Fantasma, Colección nocturna, Juntos nosotros, Entierro en el este, Caballero solo, Ritual de mis piernas y Tango del viudo son algunos de los prestigiosos e inigualables poemas de este libro capital, escrito -entre ingleses vestidos de smoking e hindúes desconocidos, rodeado de un aire azul y arenas doradas, con la conciencia plena de que ni las víboras y los elefantes milenarios de la selva profunda, podían negarle la visión de millones de seres que cantaban y trabajan junto al agua de los grandes ríos o dormían desnudos en cuerpo y alma bajo las inmensas estrellas.

En Rangún Neruda conoció a Josie Bliss, la celosa muchacha que le inspiraría uno de sus más bellos poemas de amor: Tango del viudo. Según ha confesado fue tanta su comprensión del alma y la vida de las gentes orientales, que terminó enamorándose de una nativa que vestía como inglesa, pero que en la intimidad de su casa se despojaba no sólo de su nombre de calle sino de la ropa occidental para usar un deslum­brante sarong. Josie Bliss enfermó de celos. «De no ser por eso, tal vez yo hubiera continuado indefinidamente junto a ella. Sentía ternura hacia sus pies desnudos, hacia las blancas flores que brillaban sobre su cabellera oscura».  Odiaba las cartas que llegaban al poeta del otro lado del mundo; escondía los mensajes, miraba con rencor el mismo aire que rodeaba a Neruda, llegando incluso, una noche, vestida de blanco y empuñando su largo y afilado cuchillo, a pasar horas alrededor de la cama del poeta meditando su muerte. Tango del viudo , «trágico trozo de mi poesía destinado a la mujer que perdí y me perdió porque en su sangre crepitaba sin descanso el volcán de la cólera»:

Oh Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre,
y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas,
sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún
quejándome del trópico de los coolíes corringhis,
de las venosas fiebres que me hicieron tanto daño
y de los espantosos ingleses que odio todavía.

Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez
tiro al suelo los pantalones y las camisas,
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.
Cuánto sombra de la que hay en mi alma daría por recordarte,
y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,
y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.

Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde
el cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,
y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina
acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,
de los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,
y la espesa tierra no comprende tu nombre
hecho de impenetrables substancias divinas.

Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernas
recostadas como detenidas y duras aguas solares,
y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
y el perro de furia que asilas en el corazón,
así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,
el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.

Daría este viento de mar gigante por tu brusca respiración
oída en largas noches sin mezcla de olvido,
uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo
y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,
y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente
llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,
substancias extrañamente inseparables y perdidas.

El segundo de los volúmenes de Residencia en la tierra publicados en Madrid incluye poemas que también gozaron de gran popularidad como Barcarola, Entrada en la madera, Walking around, Agua sexual, Oda a Federico García Lorca, y el homenaje al Conde de Villamediana: El desenterrado, que junto a Las furias y las penas (1939) [6] cierran el ciclo surrealista de su obra. En todos ellos rechaza la sociedad y la racionalidad mediante el fluir subconsciente y espontáneo de la voz; la vida carece de lógica, un definitivo ordenamiento de la realidad no existe. Pero en las tres últimas partes de Tercera residencia (1947) la poesía política se impone. Nada de melancolía o aislamientos, ni caos, ni destrucción del mundo, ni falleceres eróticos. La Guerra civil española y la Segunda guerra mundial le llevaron a escribir Reunión bajo las nuevas banderas, con una poesía impura, material, que estaba anunciada en Cantos materiales, publicados el mismo año de su arribo a España y como homenaje al poeta de los escritores españoles. Quiere Neruda ahora una poesía gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley». «Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilias, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos.

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4. Sexo y pobreza, en Revista Iberoamericana, Nºs 82-83, Junio 1973.

5. «Contemplándolos ahora considero dañinos los poemas de Residencia en la tierra. Estos poemas no deben ser leídos por la juventud de nuestros países. Son poemas que están empapados de un pesimismo y angustia atroces. No ayudan a vivir, ayudan a morir. Si examinamos la angustia -no la angustia pedante de los snobismos, sino la otra, la auténtica, la humana-, vemos que es la eliminación que hace el capitalismo de las mentalidades que pueden serle hostiles en la lucha de clases». Citado por Margarita Aguirre, en Las vidas de Pablo Neruda, Santiago, l967, pg., 168. Según Aguirre, Neruda habría tomado esta determinación al saber que junto al cadáver de un joven suicida se había encontrado un ejemplar del libro, cuando él asistía en México a un Congreso por la paz en 1949. «No quise -agrega- que viejos dolores llevaran el desaliento a nuevas vidas. No quise que el reflejo de un sistema que pudo inducirme hasta la angustia fuera a depositar en plena edificación de la esperanza el légamo aterrador con que nuestros enemigos comunes ensombrecieron mi propia juventud».