Quizás otro tanto pueda decirse de Grandeza (1910), en cuyo prólogo Carrasquilla dice que quiso crear caracteres pero solo fue capaz de esbozar tipos. En ella discute los desastrosos efectos de la chismografía y retrata la alta sociedad a través de sus fiestas, carreras de caballos, vanidades, pretensiones sociales, la bebida, el juego, las variedades de amoríos y la hipocresía general.
A pesar de nunca haber sido una novela popular, La marquesa de Yolombó (1928), es la mejor de Carrasquilla. Es una novela «histórica» acerca del siglo XVIII, en la cual cambió los hechos y la cronología pues, según sus propias palabras, «no es ésta, en ningún concepto, más que una conjetura de esa época y sus gentes».
San Lorenzo de Yolombó, pueblo que una vez fue un despoblado, rico ahora con las minas de oro, cuenta entre sus familias de prestigio la de don Pedro Caballero, el alcalde mayor y la de don José María Moreno, cuyo hijo Vicente casa con la hija de don Pedro, María. La otra hija de Caballero, Bárbara, es la típica heroína carrasquiana, que se enamora del hombre equivocado y sufre las consecuencias. Bárbara et magistra, se enseña a sí misma a leer y a escribir, funda escuelas y busca el bienestar de su región a través de una variedad de actividades caritativas y educacionales. A causa de su devoción por el trono de España le es concedido el título de marquesa por Carlos IV. Pero este éxito parece traer una desgracia, al ser víctima de Fernando de Orellano, un confidente con el cual casa y quien luego le abandona. Bárbara pierde su salud mental por algún tiempo, así como su título, a medida que las ideas revolucionarias de Francia se imponen. Para Antonio Curcio Altamar:
Es este carácter de doña Bárbara la figura humana más cabal y ricamente estructurada por el novelista antioqueño quien, debe reconocerse, fue, más que creador de inolvidables personajes, un exquisito pintor de ambientes, dotado de una pasmosa sensibilidad por lo colectivo.
Eventualmente ella recobra su salud y muere de vieja. Carrasquilla retrata también magistralmente a Rosalía, la mujer de Pedro, y a su cuñado, y a una variedad de chapetones y una legión de auténticos criollos, mientras ofrece al lector un retrato temporal y espacial de la época con sus bautizos, las procesiones, las fiestas religiosas, la mitología y la superstición, la música, las danzas, los factores sociales y económicos, especialmente los relacionados a la industria de las minas de oro, la vida diaria de los negros, los campesinos, los sirvientes, los naturales y los obreros en el trabajo y en el juego.
Su última novela, Hace tiempos (1935), es también su testamento literario y parece ser menos ficción que autobiografía. Tiene tres volúmenes. Por aguas y pedregones, describe, a través de Eloy Gamboa, su niñez, amigos, padres, casa y calles junto con las supersticiones y condiciones sociales de la región y su tiempo. Por montes y cañadas y Del monte a la ciudad, se ocupan de los conflictos entre liberales y conservadores, el sistema educativo, la vida de los mineros, su exilio del mundo exterior y el desarrollo espiritual e intelectual de Eloy. En esta novela, donde aparecen más de ciento cincuenta personajes, Carrasquilla se consagra como maestro del diálogo. Algunos críticos y lectores creen que es su mejor obra.
En resumen uno podría decir que las novelas de Carrasquilla son la veraz historia de «su» pueblo, y la Colombia «real» de su tiempo. Al fin y al cabo fue Antioquia la región, donde de muchas maneras, se dio el desarrollo social y se incubó la nación que padecerían los colombianos hasta los años de entreguerras. En lo tocante a su habilidad como narrador, tampoco puede soslayarse el hecho de ser un maestro del género. Carrasquilla, a diferencia de los narradores líricos como Isaacs o Rivera, estructura orgánicamente sus obras y las dispone ordenada y metódicamente sin dejar suelto cabo alguno, ni introduce episodios baladíes, ni hace digresiones que no llevan a sitio alguno, ni rellena sin ton ni son. Sus planes siempre han sido meditados en sus pormenores y cuando escribe, lo hace con plena conciencia, sin improvisar. Sus finales son habitualmente dramáticos, como correspondía a un mundo de entre siglos, donde estaban ausentes la violencia y las evasiones que luego traerían el cine, la radio y la televisión.
Sus Obras completas han sido publicadas en dos ocasiones: Madrid, 1952, con un prólogo de Federico de Onís, y Medellín, 1958, dos volúmenes, con prólogos de Roberto Jaramillo y Federico de Onís.
Para esta nota he usado la información contenida en artículos de Richard Morse: The Urban Development of Latin America 1750-1920, Stanford, 1971. Francisco Romero: Latinoamérica: las ciudades y las ideas, México, 1976, pg., 264. Introducción a Nosotros, de Roberto J. Payró, en Escritos inéditos de Rubén Darío, New York, 1938, pg., 101. El positivismo y el progreso material (1870-1890), en Historia General de América, de Francisco Morales Padrón, tomo IV, págs., 395-421, Madrid, 1982. José Benito Lobo: Tomás Carrasquilla, ¿escritor regionalista?, en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 356, Madrid, 1980. Kurt Levy: Vida y obra de Tomás Carrasquilla, Medellín, 1958. Ernesto Porras Collantes: Bibliografía de la novela en Colombia, Bogotá, 1976, págs., 126-158.