ANTONIO GONÇALVES DIAS

El romántico  por excelencia, en la extensión, variedad, calidad de su obra y características de su existencia, fue Antonio Gonçalves Dias (Boa Vista, 1823-1864). Mientras en Heredia, Bello y Echeverría las consignas del liberalismo rigen el sentimiento y hacen de sus escritos «ideología», a Gonçalves Dias el sufrimiento y el dolor le llevaron a la poesía. En su caso no importó la moda, ni la retórica al uso, ni la búsqueda de la gloria.

Bastardo de nacimiento, fue separado de la tierra natal y de su madre en plena niñez; luego perdería al padre y sería enviado a una tierra extraña, donde conocería la desventura de ser de origen humilde y la impotencia de saberse, moral y mentalmente valioso pero rechazado, debiendo aceptar la ayuda de sus propios amigos para no tener que mendigar, certificando la miseria de la vida: una cosa son las ambiciones, otras las posibilidades para el postergado. Agregando a todo ello, la más prolongada y grave de sus dolencias: la mujer que amó desde que ella era una niña, llegada la hora de poder compartir con él gloria y destino, le fue negada por razones raciales.

En 1845, a los veintidós años, Gonçalves Dias pasó cinco meses en casa de uno de sus amigos, Alexandre Teófilo, en São Luís, donde conoció a Ana Amélia Ferreira do Vale, de catorce entonces, quien fue, a partir de ese momento, el gran amor de su vida. En São Luís escribió para ella Seus Olhos, Leviana, y Momora e Bela. Cuatro años después vuelve a São Luís y encuentra a Ana Amélia hecha una señorita. Pide su mano mediante carta, pero la madre de la muchacha, influida por prejuicios de color y nacimiento, rechazó su propuesta. Ana Amélia quiso huir con él, pero el poeta rechazó la idea. El dolor de Gonçalves Dias fue grande e incurable. Reavivó en él la inspiración, que alcanzó los acentos sinceros y profundos de A sua vozSe se morre de amor!, y Não me deixes . Amelia casaría luego con un comerciante portugués que huyó a Lisboa tras una quiebra fraudulenta. Años después se encontrara con ella en una calle de la capital lusitana, y escribirá su más notable poema Ainda uma vez--adeus!.. Y en Manaus, sabiendo irreparable la pérdida, Oh! que acordar, Se muito sofri já não mo perguntes, No JardimSe te amo, não sei, A baunilha, ¡Como! ¿Es tu?...

Trató de serenar su vida, casando, en Setiembre de 1852 con Olímpia Coriolana da Costa, hija de un médico de Rio, pero fue una unión infeliz a causa de su nula pasión por ella. Los celos de Olímpia le hicieron refugiarse en otras tantas mujeres: Céline, Amélia, Leontina, Natália, Joséphine, Eugénie, y otras jóvenes con quiénes mantuvo aventuras medio borrascosas, sin que llegaran a inspirarle poesías.

Tampoco en la vida social se halló a gusto. A pesar de la protección del emperador, de haber sido profesor en el Colegio Pedro II y oficial de la Secretaría de Negocios Extranjeros, esas ocupaciones le parecieron estériles, incapaces de ofrecerle un futuro agradable. En plena madurez sintió agotadas las fuentes de inspiración, perdida toda fe y entusiasmo a causa de los «dolores de un espíritu enfermo -no por ficticios menos agudos- produci­dos por la imaginación, como si la realidad no fuese ya por sí bastante penosa», agobiado por «sufrimientos de todos los días, de todos los instantes, oscuros, implacables, siempre renovados, ligados a mi existencia, reconcentrados en mi alma, devorados conmigo...». La insatisfacción de la vida, mal du siècle, de Lira quebrada :

Uma febre, um ardor nunca apagado,
Um querer sem motivo, um tédio à vida
Sem motivo tambén, caprichos loucos,
Anelo d´outro mundo e d´outras coisas;

Desejar coisas vãs, viver de sonhos,
Correr após um bem logo esquecido,
Sentir amor e só topar frieza,
Cismar venturas e encontrar só dores.

Celebrado en su tiempo como «indianista» o «americano», para el presente le reconocemos mejor en esa parte sustantiva y numerosa de su obra que buscando inspiración en la naturaleza, la religión, pero sobre todo en sus propias tristezas, le convirtió en el paradigma del poeta romántico, expresión de los sentimientos del individuo en un mundo atenazado por las doctrinas del positivismo. Poemas personales, subjetivos, externos y descriptivos que responden no a una inspiración inmediata y directa, sino a un doloroso sentimiento de nostalgia, melancólico y evocativo, que se expresa tanto a través del paisaje como en el recuerdo hiriente de la soledad y los amores contrariados. El núcleo «americano» de su obra, que por la intensidad expresiva quedó asociado a su nombre, es de hecho exiguo en el conjunto de su obra, que vive de los grandes temas románticos del amor, la natu­raleza y Dios.

Me gusta apartar los ojos de nuestra lucha política para leer en mi alma, -dice en el prólogo a Primeiros Cantos - convirtiendo en lenguaje armónico y cadencioso el pensamiento que me llega de improviso y las ideas que en mí despiertan la vista de un paisaje o del océano -en suma, el aspecto de la naturaleza. Casar así el pensamiento con el sentimiento, la idea con la pasión, colorearlo todo con la imaginación, fundir todo esto con el sentimiento de la religión y la divinidad, eso es la Poesía -la Poesía grande y santa-, la Poesía como yo la comprendo sin poderla definir, como yo la siento, sin poder expresarla.

La poesía Gonçalves Dias se destaca, en el panorama de la primera fase romántica, por las cualidades superiores de inspiración y conciencia artística como la más literaria de todas, la que mejor expresó el equilibrio que debe existir entre los polos de la expresión y de la construcción; en nada pesimista, pero intensamente sentimental gracias al profundo naturalismo, misticismo, pasión y efusividad líricas, que hacen que las notas monótonas queden acompañadas de melodías de gran aliento, serenas, tiernas, audaces y embriagadoras. En sus poemas vibran las sensaciones y las ideas con un lenguaje sonoro y emotivo que sueña, contempla y procura emprender siempre el vuelo. No confundía la poesía con la elocuencia, ni la música del alma con los sonidos de un instrumento. Sus atributos más sobresalientes son la precisión del sentimiento, la finura de las imágenes, la delicadeza de los matices, la facilidad de las ideas y la espontanei­dad de la forma: una armonía que para ser entendida necesita de la participación de la inteligencia; de un sentimiento alerta a los valores de la construcción, no siempre evidentes al nivel aparente de los poemas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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