Otra nota muy especial de su lirismo es la verdad y la intensidad del acento, que surge de la intimidad psicológica. Los recuerdos del dolor son la trama constante de su poesía. Hasta en las descripciones de escenas externas las remembranzas le asaltaban. Y es esto lo que efectivamente se encuentra en toda la lírica de Gonçalves Dias: la naturaleza, vista en profundidad, se hace símbolo del sufrimiento y el sentido heroico de la vida como superación permanente de las frustraciones; una honda nostalgia y pena, refinada por el arte, que se consuela en la visión del mundo, el afecto de los amigos y la fe religiosa. Ainda uma vez: Adeus!, resume esas excelencias:
Al fin te veo, al fin puedo,
postrado a tus pies, decirte
que no dejé de quererte
con todo lo que sufrí.
Mucho sufrí. Vivas ansias,
de tus ojos apartado,
hubiéranme ya abrumado
de no acordarme de ti.
De un mundo a otro impelido,
fui dejando mis lamentos
en las alas de los vientos,
y, del mar, en su cerviz.
Mofa, escarnio de la suerte
en tierra extraña, entre gente
que ajenos males no siente,
ni padece al fin feliz.
Loco, triste, por colmar
la gravedad de mi herida
llegó a cansarme la vida,
pasos de muerte sentí.
Mas casi en el postrer paso
donde esperanza no había
tu recuerdo me venía:
quise vivir y viví.
Viví, pues Dios me cuidaba
para este lugar y hora!
Después de tanto, señora,
hablar y verte otra vez;
reverme en tu rostro amado,
pensar en lo que he perdido
y este llanto dolorido
dejar correr a tus pies.
¿Qué pasa? ¿No me conoces?
¿Tu rostro apartas de mí?
¿Tanto disgusto te di
que mi rostro ya cambió?
Sé que el dolor todo puede,
sé cómo nos desfigura;
yo no viví en la ventura...
Mírame bien, que soy yo.
¿En silencio permaneces?
¿Estás acaso ofendida?
Me diste amor, y la vida
me darías, bien lo sé;
mas recuerda aquellos crueles
corazones, que vinieron
a alejarnos, si vencieron,
mal sabes cuánto luché.
Sí luché... pero debí
dejar que el mundo supiera,
que el mundo te conociera,
y te insultara por mí.
Sí, debí; pero pensaba
que de mí te olvidarías,
que sin mí felices días
te esperaban; y en favor
de mi súplica, confiaba
que el buen Dios aceptaría
eso mío de alegría
por lo tuyo de dolor.
Fue un error; ya lo veo
A tus ojos baña el llanto,
se agita tu pecho y tanto
que no me puedes mirar.
Error fue, pero no crimen,
no olvidé, te lo juro;
sacrifiqué mi futuro,
vida y gloria por amar.
Todo, todo, en la tristeza
de un martirio prolongado,
lento, cruel, disimulado
que a nadie, ni a ti, confié;
«Ella es feliz» (me decía).
«Está en paz gracias a mí»
La suerte me lo negó.
Perdona, que me engañé.
Me llenaba la ilusión,
el encanto me adulaba
de noche, cuando acordaba,
de día tal vez soñando.
¿Todo aquello en dónde está?
¿Dó la ilusión de mis sueños?
Tantos proyectos risueños
está el engaño acabando.
Me engañé... triste destino
esas palabras encierran,
cuando todos lo que yerran
del error nunca saldrán.
Amarga ironía; piensa:
cuando pudiste ser mía
quise ser mártir, creía...
y fui un loco, nada más...
Y con palmas de virtud,
loco, adornarme creí,
y tosco, ¿qué había en mí
que fuera en algo ideal?
Lo mío eras tú, y más nada.
Debí dejar que mi vida
fuera por ti conducida,
pura, en ausencia del mal.
Y pensar que tu destino
otro fuera al mío atado,
y pensar que te he encontrado
por culpa mía, infelice;
pensar que la dicha tuya
Dios ab eterno la hiciera,
que en mi senda la pusiera
y yo, ¡yo fui el que no quise!
¡Es de otro hoy, y para siempre!
Y yo al mísero destierro
vuelvo llorando mi yerro
perdiendo la fe en el cielo.
Lo acepto, pues que me encuentras
en tanto dolor postrado
que este pesar expresado
no será ante Dios consuelo.
Lo acepto, pues que te imploro
perdón, a tus pies postrado;
¡Perdón... de no haber osado
vivir feliz y contento!
Perdón por mi desventura,
el dolor que arde en mi pecho,
por el mal que yo te he hecho
y del mal que en mí presiento.
Adiós, amada, me voy;
negóme el hado enemigo
pasar la vida contigo
y en los míos reposar.
Negó que en este momento
por despedida postrera
tu voz conmovida oyera
un breve adiós sollozar.
Mis versos quizás un día
verás, del alma arrancados,
con llanto amargo bañados,
con sangre escritos; y así
quisiera que te conmuevas,
que te duela mi dolor,
y que llores, no de amor,
sino de piedad por mí.
(Traducción de Jorge Aguilar Mora)