Bolívar: literatura y política
El sistema federal, bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar felicidad humana en sociedad, es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes Estados. Generalmente hablando, todavía nuestros ciudadanos no se hallan en aptitud de ejercer por sí mismos y ampliamente sus derechos porque carecen de las virtudes políticas que caracterizan al verdadero republicano; virtudes que no se adquieren en los gobiernos absolutos, en donde se desconocen los derechos y deberes del ciudadano.
Para Bolívar hay una insoluble diferencia -teórica y práctica- entre las ideas surgidas, antes de ser aplicadas, en las viejas naciones europeas, y en las americanas, emancipadas a medias del dominio colonial, que no han logrado aún estabilidad política y social.
Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y de cosas, el orden social se sintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vio realizada.
Las elecciones populares sólo han permitido a los ambiciosos e ignorantes opinar en materia política, entregando el gobierno a ineptos e inmorales. Naciones recién liberadas, inexpertas en gobiernos representativos y carentes de educación no podían convertirse, de la noche a la mañana, en democracias. Era necesario un gobierno centralizado y unitario, un «terrible poder» que derrotara los realistas. El federalismo era débil y complejo para una América que exigía unidad y fuerza.
Por otra parte, ¿qué país del mundo, por morigerado y republicano que sea, podrá, en medio de las facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un gobierno tan complicado y débil como el federal? No es posible conservarlo en el tumulto de los combates y de los partidos. Es preciso que el Gobierno se identifique, por decirlo así, al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean. Si éstos son prósperos y serenos, él debe ser dulce y protector; pero si son calamitosos y turbulentos, él debe mostrarse terrible y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes, ni constituciones, ínterin no se restablece la felicidad y la paz.
Desde Cartagena, en 1812, Bolívar anuncia su convencimiento de que una vez terminadas las guerras de liberación, que han desintegrado el continente, era imprescindible recobrar la unidad continental para alcanzar la plena libertad y desarrollo de las nuevas repúblicas.
III
El imperio español que conocieron Bolívar y sus contemporáneos fue resultado de las reformas de los ministros de Carlos III. El pacto colonial de Carlos V había quedado roto con la nueva estructura administrativa que creó los virreinatos de Nueva Granada y Río de la Plata, y adoptó el sistema intendencial a fin de centralizar el poder en la cabeza del monarca, luego de casi cien años de laxitud y concentración de poderes en manos de los cabildos criollos. La nueva política hizo énfasis en el envío de funcionarios de origen estrictamente peninsular y en el crecimiento de la inmigración. De tal manera, tanto en la burocracia, como en las industrias y el comercio, los Criollos se vieron desplazados, si bien de manera lenta pero constante, por elementos blancos ajenos a las tradiciones de las colonias, agregando a ello la venta de títulos nobiliarios, que establecía una nueva división entre los Criollos ricos y los mestizos. Carlos III fue el inventor de la nobleza hispanoamericana. Todas las formas posibles de hacer pagar a los americanos las guerras españolas en Europa fueron válidas. El desmantelamiento de las restricciones para el comercio colonial, entre 1765 y 1775, se constituyó en monopolio exclusivo de los peninsulares. Los estribos y ponchos de los gauchos terminaron por ser fabricados en Londres.
A ese estado de cosas se refiere Bolívar en la primera carta que escribió en Jamaica dando respuesta a las inquietudes del inglés Henry Cullen. La exclusión sistemática de los criollos de los cargos administrativos y políticos, en su propia tierra, no podía ser interpretada de manera diferente a un renovado y pasivo vasallaje.
Se nos vejaba con una conducta que además de privarnos de los derechos que nos correspondían, nos dejaba en una especie de infancia permanente con respecto a las transformaciones públicas. Si hubiésemos siquiera manejado nuestros asuntos domésticos en nuestra administración anterior, conoceríamos el curso de los negocios públicos y su mecanismo, y gozaríamos también de la consideración personal que impone a los ojos del pueblo cierto respeto maquinal que es necesario conservar en las revoluciones. He aquí por qué he dicho que estábamos privados hasta de la tiranía activa, pues que no nos era permitido ejercer sus funciones.
Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos...
Razones que explicaban no sólo las causas de las rebeliones del presente sino sus arqueologías: los trece levantamientos campesinos de Cajamarca (1756-1800), los comuneros de Nueva Granada (1781), o la comandada por el mulato José Leonardo Chirinos en 1795.
Con la creación de las Juntas Americanas (1808-1810) fomentadas por la invasión napoleónica a la península, otro elemento justificaba, desde el punto de vista bolivariano, la independencia. Bolívar afirma, siguiendo el argumento desarrollado por José Servando Teresa de Mier Noriega y Guerraen Historia de la Revolución de la Nueva España, que en las Leyes de Indias existía un pacto explícito mediante el cual todo pueblo americano, por ser reconocido igual al español, podía adoptar el gobierno que le fuera necesario y oportuno, e incluso, independizarse de la metrópoli:
El emperador Carlos formó un pacto con los descubridores, conquistadores y pobladores de América, que como dice Guerra, es nuestro contrato social. Los reyes de España convinieron solemnemente con ellos que lo ejecutasen por su cuenta y riesgo, prohibiéndoseles hacerlo a costa de la real hacienda, y por esta razón se les concedía que fuesen señores de la tierra, que organizasen la administración y ejerciesen la judicatura en apelación, con otras muchas exenciones y privilegios que sería prolijo detallar. El Rey se comprometió a no enajenar jamás las provincias americanas, como que él no tocaba otra jurisdicción que la del alto dominio, siendo una especie de propiedad feudal la que allí tenían los conquistadores para sí y sus descendientes. Al mismo tiempo existen leyes expresas que favorecen casi exclusivamente a los naturales del país originarios de España en cuanto a los empleos civiles, eclesiásticos y de rentas. Por manera que, con una violación manifiesta de las leyes y de los pactos subsistentes, se han visto despojar aquellos naturales de la autoridad constitucional que les daba su código.
Días después escribe, con el seudónimo de El americano, a Alejandro Aikman, de Real Gazette, insistiendo en el carácter social de las Repúblicas vencidas, que por su aislamiento de las masas de desposeídos y esclavos, permitió a los españoles desencadenar una guerra fratricida para responder a las necesidades separatistas de los Criollos:
... pero por un proceso bien singular se ha visto que los mismos soldados libertos y esclavos que tanto contribuyeron, aunque por la fuerza, al triunfo de los realistas, se han vuelto al partido de los independientes que no habían ofrecido la libertad absoluta, como lo hicieron las guerrillas españolas. Los actuales defensores de la independencia son los mismos partidarios de Boves, unidos ya con los blancos Criollos, que jamás han abandonado esta noble causa.
El tema central de las cartas, sin embargo, es la urgente necesidad de unidad de América [Latina], -a través de la creación de gobiernos centrales fuertes-, para formar una sola nación a fin de culminar las luchas independentistas. Ideas que ampliará en la apertura al Congreso de Angostura y en los documentos que hacen referencia al Congreso Anfictiónico de Panamá.
En Angostura, Bolívar da al régimen patriota una base legal. En la sesión inaugural pronuncia el célebre discurso donde declara que un sistema de gobierno, basado en principios republicanos y representativos; cuyo paradigma sean las instituciones de la antigüedad clásica, rediseñadas en las funciones jurídico-políticas de la constitución británica, suprimiendo privilegios, aboliendo la esclavitud, con elecciones por sufragio censitario, un ejecutivo fuerte central y un parlamento aristocrático, es lo que mejor conviene al momento de las nuevas repúblicas.
Más que aspirar a «rey sin corona», supo que sólo mediante la creación de un inmenso estado, formado por las antiguas naciones del imperio español en América, controlado por una presidencia vitalicia no hereditaria, -es decir él-, las nuevas naciones saldrían del atraso colonial. Las extensas dictaduras -que prolongaron el diecinueve hasta bien entrado el siglo veinte- dieron razón, histórica, a los razonamientos de Angostura y a la constitución de Bolivia.
La constitución boliviana refleja esa mezcla de autoritarismo y hondo republicanismo de caracteriza su pensamiento político. Había que implantar el orden y luego reformar la constitución para consagrar las libertadas alcanzadas. Sus enemigos le acusaron de tirano porque necesitaban naciones de bolsillo, cortadas y cosidas a la medida de sus ambiciones, repúblicas de papel, áreas, como había escrito en Jamaica. El período de creación de la inmensa patria latinoamericana establecía, además del presidente vitalicio, la igualdad ante la ley, la separación del estado y la religión, y libertad de cultos, con una suprema corte y una cámara de censores donde las opiniones del pueblo serían oídas para adelantar, las reformas sociales y políticas, que las necesidades de la hora fuesen demandando. La cámara de los tribunos -representantes directos del pueblo- crearía los impuestos, señalaría las necesidades, juzgaría las conveniencias de las instituciones, decretaría la paz y la guerra, establecería el sistema monetario, las alianzas con extranjeros, etc.
Nueve años después de la Carta de Jamaica, con representantes de México, Centroamérica, Colombia y Perú, y la asistencia de observadores británicos y norteamericanos, se instaló el Congreso de Panamá. Daba así los primeros pasos para realizar la utopía que había expuesto en 1815:
Es una idea grandiosa -decía a Henry Cullen - pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo, que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase a los diferentes Estados que haya de formarse; [...] Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios, a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo...
Del 22 de Junio al 15 de Julio de 1826 sesionó el congreso. Los resultados fueron en la práctica ningunos. Su idea de una sociedad de naciones hermanas, tiene hoy tanta vigencia como ayer.
Las cartas, el más vasto mural de sucesos y personajes de veinte años de acción y reflexión sobre el destino de América, con agudas observaciones sobre el acontecer y de análisis de la íntima condición de los actores, amigos y adversarios, tocan las melodías de los afectos, del odio a la amistad, de la tristeza a la resignación.