Bolívar: literatura y política

Más que a Horacio El Libertador sigue a Boileau, cuya Arte Poética (1674), gozó de enorme popularidad entre los educadores, pedantes y dogmáticos franceses. Boileau fue un procurador que considera la poesía un arte de la razón y el buen sentido, exigiendo arquetipos universalizantes que relegaran a un lugar secundario toda característica nacional y de época a los héroes poéticos. Cortar las alas de la fantasía fue otra de sus consignas.

La medula de la crítica al poema de Olmedo reside en ese criterio. El poeta no debe dejar volar la fantasía cuando la realidad que se canta ha sido otra. Las opiniones del Libertador habrían resultado equivocadas de haber Olmedo sido un gran poeta. Pero aquí van como anillo al dedo. Por querer el ecuatoriano opacar la gloria del Libertador, se inventó una máquina fantástica que surge desde el cielo para servir de muñeco de ventrílocuo a las pobres ideas y envidias del Olmedo político. Y El Libertador entonces le da unos cuantos palos: ha debido guardar, como Virgilio, el poema por nueve años; hay desproporción en las partes, prolijidad y pesadez en el canto de los sucesos, el interés se desvía hacia un personaje secundario.

Vd. debió haber borrado muchos versos que yo encuentro prosaicos y vulgares: o yo no tengo oído musical o son... o son renglones oratorios.[...]

Después de esto, Vd. debió haber dejado este canto reposar como el vino en fermentación para encontrarlo frío, gustarlo y apreciarlo. La precip­itación es un gran delito en un poeta. Racine gastaba dos años en hacer menos versos que Vd., y por eso es el más puro versificador de los tiempos modernos. El plan del poema, aunque en realidad es bueno, tiene un de­fecto capital en su diseño.

Lo cierto es que desde el título del Canto a Junín, una serie de equivocaciones en la composición de este tipo de poemas dan razón al Libertador, así se apuntale en las ideas de Horacio y Boileau. Según Horacio, en la poesía, como en la pintura, debía haber unidad y simplicidad; el poeta tenía que elegir temas adecuados a sus capacidades; las cosas deben decirse oportunas en el momento oportuno; Homero demostró que al tratar de reyes y guerras, los tonos elegiacos, cómico y trágico debían permanecer separados; la elección de un personaje real o inventado se correspondería con sus acciones y palabras; la fuente y manantial del buen escribir es la sabiduría, etc.

Vd. ha trazado un cuadro muy pequeño para colocar dentro un coloso que ocupa todo el ámbito y cubre con su sombra a los demás personajes. El Inca Huaina Capac parece que es el asunto del poema; él es el genio, él la sabiduría, él es el héroe, en fin. Por otra parte, no parece propio que alabe indirectamente a la religión que lo destruyó; y menos parece propio aún que no quiera el restablecimiento de su trono por dar preferencia a extranjeros intrusos, que aunque vengadores de su sangre, siempre son descendientes de los que aniquilaron su imperio: este desprendimiento no se lo pasa a Vd. nadie. La naturaleza debe presidir a todas las reglas, y esto no está en la naturaleza. También me permitirá Vd. que le observe que este genio Inca, que debía ser más leve que el éter, pues que viene del cielo, se muestra un poco hablador y embrollón, lo que no le han perdonado los poetas al buen Enrique en su arenga a la reina Isabel, y ya Vd. sabe que Voltaire tenía sus títulos a la indulgencia, y, sin embargo, no escapó de la crítica.

La introducción del canto es rimbombante: es el rayo de Júpiter que parte a la tierra a atronar a los Andes que deben sufrir la sin igual fazaña de Junín. Aquí de un precepto de Boileau, que alaba la modestia con que empieza Homero su divina Ilíada; promete poco y da mucho. Los valles y las sierras proclaman a la tierra: el sonsonete no es lindo; y los soldados proclaman al general, pues que los valles y la sierra son los muy humildes servidores de la tierra. [...]

Siendo el asunto «real» del poema la libertad del Perú, decidida en Ayacucho, donde no estuvo El Libertador, pero anunciada en Junín, Olmedo, con la ayuda del delirio de Huaina Capac diluye tanto las supuestas acciones extraordinarias de las batallas como la gloria del Libertador. Para el lector de su tiempo era imposible crear unidad de lugar con un personaje histórico que sólo había estado en uno de los lugares, en batallas que se habían realizado a seis meses de distancia una de otra, en parajes distintos y al mando de diferentes generales. La aparición del Inca, como bien anota El Libertador, no puede ser tomada en serio, máxime si este considera a los criollos en lucha contra el Peninsular, vengadores de los conquistados, a quiénes en ese momento, ciertamente, ignoraban. Los Incas no triunfaron en Junín ni en Ayacucho. De allí de nuevo la sorna del Libertador al recomendar a Olmedo enterarse de cómo Milton y Pope habían compuesto sus obras basados en el conocimiento de Homero, Horacio y Virgilio:

La torre de San Pablo será el Pindo de Vd. y el caudaloso Támesis se convertirá en Helicona: allí encontrará Vd. su canto de esplín, y consul­tando la sombra de Milton hará una bella aplicación de sus diablos a nosotros. Con las sombras de otros muchos ínclitos poetas, Vd. se hallará mejor inspirado que por el Inca, que, a la verdad, no sabría cantar más que yaravís. Pope, el poeta del culto de Vd., le dará algunas lecciones para que corrija ciertas caídas de que no pudo escaparse ni el mismo Homero. Vd. me perdonará que me meta tras de Horacio para dar mis oráculos: este criticón se me indignaba de que durmiese el autor de la Ilíada, y Vd. sabe muy bien que Virgilio estaba arrepentido de haber hecho una hija tan divina como la Eneida después de nueve a diez años de estarla engen­drando; así, amigo mío, lima y más lima para pulir las obras de los hombres. [...]

Al final reconoce el esfuerzo del guayaquileño para versificar, arrebatado tanto por la musas, que confunde, los actos de Sucre con los de Aquiles, los gestos del Libertador con los de Turno y Eneas, y el elogio al soldado La Mar con el que hizo Homero al civil Mentor, -viejo amigo, protector, maestro y guía de Telémaco-, ahondando, así, en las críticas que había hecho el 27 de junio:

Confieso a Vd. humildemente que la versificación de su poema me parece sublime: un genio lo arrebató a Vd. a los cielos. Vd. conserva en la mayor parte del canto un calor vivificante y continuo; algunas de las in­spiraciones son originales; los pensamientos nobles y hermosos; el rayo que el héroe de Vd. presta Sucre es superior a la cesión de las armas que hizo Aquiles a Patroclo. La estrofa 130 es bellísima: oigo rodar los torbellinos y veo arder los ejes: aquello es griego, homérico. En la presentación de Bolívar en Junín se ve, aunque de perfil, el momento antes de acometerse Turno y Eneas. La parte que Vd. da a Sucre es guerrera y grande. Y cuando habla de La Mar, me acuerdo de Homero cantando a su amigo Mentor: aunque los caracteres son diferentes, el caso es semejante; y, por otra parte, ¿no será La Mar un Mentor guerrero? [...]

«Una parodia de la Ilíada con los héroes de nuestra pobre farsa...» es hoy el poema de Olmedo. Todo en él está envejecido, su retórica era ya caduca en su tiempo, y sus alegorías, símbolos ilegibles del ayer.

Ver Alfonso Rumazo González: Simón Bolívar, Caracas, 2006. Armando Rojas: Ideas educativas de Simón Bolívar, Caracas, 1996. Cecilia Hernández de Mendoza: El estilo literario de Bolívar, Bogotá, 1945. Daniel Florencio O´Leary: Memorias, Caracas, 1879-1888. Efraín Subero: Bolívar escritor, Caracas, 1983. Eleazar López Contreras: Simón Bolívar escritor, crítico y periodista, en Revista de la Sociedad Bolivariana, Caracas, nº 38, 1953. Gabriel García Márquez: El general en su laberinto, Bogotá, 1989. Gerhard Masur: Simón Bolívar, Bogotá, 1980.  Indalecio Liévano Aguirre: Bolívar, Caracas, 1988. Jhon Lynch: Simón Bolívar. A Life, Yale, 2006. José Joaquín Olmedo: Poesía y prosa, con un estudio de Aurelio Espinosa Pólit, Puebla, 1965. José Luis Busaniche: Bolívar visto por sus contemporáneos, México, 1981. José Nucete-Sardi: El escritor y civilizador Simón Bolívar, Caracas, 1930. Juvenal Herrera Torres: Simón Bolívar, vigencia histórica y política, Medellín, 1983. Miguel Acosta Saignes: Bolívar, acción y utopía del hombre de las dificultades, Caracas, 1983. Salvador de Madariaga: Bolívar, Madrid, 1979. Simón Bolívar: Obras Completas, 5 tomos, Cali, 1978. Tomás Cipriano de Mosquera: Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar, Bogotá, 1977. Vicente Lecuna: Crónica razonada de las Guerras de Bolívar, New York, 1960. Víctor Von Hagen: La amante inmortal, México, 1967. Waldo Frank: Simón Bolívar, nacimiento de un mundo, Cali, 1983.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Índice de Materia: Poetas