kostandinos kavafis

El dios abandona a Antonio culmina esta serie de poemas donde Alejandría es sinónimo del destino. Kavafis logró con este texto uno de los tonos más altos, utilizando como asunto un decir que aparece en Vida de Antonio,  de  Plutarco, según el cual una ruidosa manifestación anunció su muerte.

Marco Antonio había conocido a Cleopatra en el cuarenta y uno, en Sicilia, y pasó con ella un verano después de la componenda Triumviri republicae constituendae, con la cual Antonio, Lepidus y Octavio se repartieron el imperio tras el asesinato del dictador a manos de Bruto.  En una visita que había hecho a Atenas en el treinta y nueve, Marco Antonio se comportó como si fuese Dionisios, dios al que había siempre querido parecerse. Por eso dice Plutarco: «a los que dan valor estas cosas les parece que fue una señal dada a Antonio de que era abandonado por aquel dios a quien hizo siempre ostentación de parecerse, y en quien más particularmente confiaba». Antonio había abandonado sus dioses, a sus mujeres y herederos, a Fadia, Antonia, Fulvia y Octavia por su pasión por Cleopatra, cuyos hijos había designado sucesores. Alejandría, a quien había elegido como nueva patria, y Cleopatra, su diosa, parecían abandonarlo en su hora definitiva. Shakespeare interpreta su destino como una tragedia de equívocos; Kavafis como el único recurso que resta a un falto de carácter: la muerte sin gloria:

A medianoche, cuando oigas de repente
    una invisible procesión que pasa
    en compañía de exquisitas músicas y voces
    no lamentes -en vano- la estrella que pierdes:
    tus trabajos perdidos, tus planes
    que terminaron en deseos.
    Como quien lo esperaba, con valor,
    di adiós, a Alejandría, que se aleja.
    No te engañes, no digas que es un sueño,
    que tu oído se equivoca.
    No te engañes en vanas esperanzas.
    Como quien lo esperaba, con valor,
    como corresponde a alguien que merecía
    una ciudad como ésta,
    con paso firme acércate a la ventana
    y escucha, con profunda emoción,
    sin lamentos, sin súplicas cobardes,
    como un último placer, los sonidos,
    los maravillosos instrumentos,
    de esta secreta procesión,
    y di adiós a Alejandría, que así pierdes.

[Απολείπειν ο θεός Aντώνιον]

En la búsqueda de los medios para expresar sus sentimientos eróticos o representar los dobles parámetros de la sociedad para juzgar las pasiones del individuo, Kavafis usó durante algún tiempo de asuntos históricos, unas veces reales, otras creados.  Ese segundo grupo de poemas donde Kavafis quiere confesarse ha sido llamado por Keeley, la Alejandría mítica, frente a la Alejandría del destino del primer grupo. Semi-históricos las más de las veces, poco a poco Kavafis va despojándose de los destinos colectivos para confesar unas historias personales que concluyen en el anonimato; los protagonistas, más que ellos, deben ser nosotros.

Myrtias, un sirio del siglo cuarto, en Pensamientos peligrosos, cree que mediante la voluntad y el estudio podrá reencontrar el camino del ascetismo, perdido en su constante práctica de los placeres griegos.  Iantes, en De los hebreos,  año cincuenta, tampoco puede vencer con la voluntad las costumbres de la ciudad:

Pintor y poeta,
    corredor y lanzador de disco,
    bello como Endimión,
    Ianthis,
    hijo de Antonio,
    de familia muy afecta a la sinagoga.
 
    «Mis mejores días son aquellos
    cuando suspendo la búsqueda de la sensual belleza,
    cuando abandono el elegante y difícil culto al helenismo,
 
    con su extremada devoción
    a los bien formados, corruptibles miembros,
    y me transformo en quien quisiera ser:
    un hijo de hebreos, los sagrados hebreos».
 
    No pudo cumplir sus deseos.
    El hedonismo y el arte de Alejandría
    hicieron de él un hijo predilecto.

[Των Eβραίων 50 μ.X.]

Exiliados responde al postulado kavafiano de las posibilidades históricas. El episodio tiene lugar durante la ocupación árabe de Alejandría e inmediatamente después de la muerte del emperador bizantino Miguel III a manos del co-emperador Basil I, restaurador de la dinastía macedónica. Los enemigos de Basil y los seguidores de Focio el Grande, patriarca de Constantinopla depuesto por el nuevo emperador, confían vencer al tirano, pero esa confianza en el destino es la ironía que hace memorable el poema:

Aún sigue siendo Alejandría.
    Caminas un poco por la calle que lleva al hipódromo
    y puedes ver palacetes y monumentos que te asombran.
    A pesar de las guerras, a pesar de lo pequeña que es ahora,
    sigue siendo una ciudad maravillosa.
    Con excursiones, libros y
    estudios el tiempo va pasando.
    Cuando cae la tarde, nos reunimos frente al mar,
    nosotros cinco [todos, claro, con nombres falsos]
    y algunos de los griegos
    que aún quedan en la ciudad.
    Algunas veces hablamos de asuntos religiosos
    [la gente aquí parece inclinarse hacia Roma]
    y otros, de literatura.
    El otro día leímos unos versos de Nonnos:
    ¡cuánta imaginación, qué ritmo, qué armonía!
    Entusiasmados, como admiramos al Panopolitano.
    Así pasan los días y nuestra estadía
    no es desagradable porque, naturalmente,
    no va a ser para siempre.
    Hemos tenido buenas noticias: si nada sucede,
    de lo que está en marcha en Esmirna,
    entonces, en abril nuestros amigos irán a Epiro.
    Así, de una forma u otra nuestros planes se realizarán,
    y fácilmente derrocaremos a Basil.
    Cuando lo hagamos, llegará al fin, nuestro turno.

[Φυγάδες]

Cesarión es Ptolomeo XV Filópator Filómetor César, hijo ilegitimo de César y Cleopatra. En el treinta y cuatro, Antonio lo hizo Rey de Reyes, pero Octavio, haciéndole regresar a Alejandría con engaños, le dio muerte.  Se dice que siguió al pie de la letra las palabras de Homero [Ilíada, II, 204]: No están los tiempos como para muchos Césares.  Kavafis crea la imagen de este muchacho cuyo destino estaba marcado. Poema erótico-histórico que le permite darle un rostro y unos miembros acordes a su deseo.  Cesarión, que en la historia es unas pocas líneas, gracias a la poesía queda inmortalizado, con una belleza y un pavor que quizá no conoció el pequeño César a la hora de su muerte.

En parte para verificar los sucesos de cierto período,
    en parte para matar una hora o dos,
    anoche tomé y leí
    un volumen de inscripciones sobre los Ptolomeos.
    Los elogios pródigos y las lisonjas son idénticos
    para cada uno.  Todos son brillantes,
    gloriosos, poderosos, benévolos;
    cada cosa que emprenden está llena de sabiduría.
    Otro tanto para las mujeres de su tiempo,
    Berenices y Cleopatras,
    ellas también, todas, son maravillosas.
 
    Cuando encontré los datos que quería
    iba a dejar el libro, pero una rápida
    e insignificante mención al rey Cesarión
    llamó mi atención...
 
    Así llegaste con tu indefinible encanto.
    Poco se ha escrito de ti en la historia,
    y puedo modelarte libremente en mi mente.
    Te hice bien parecido y sensible.
    Mi arte da a tu rostro
    Una soñada, atractiva belleza.
    Y tan bien te imagine
    que ayer, en alta noche,
    mientras mi lámpara se apagaba -deliberadamente dejé que se apagara-
    creí que entrabas en mi cuarto,
    creí que ante mi estabas, como has debido estar
    en esa vencida Alejandría que perdías,
    pálido y agotado, perfecto en el dolor,
    esperando que de ti se apiadasen
    los abyectos que murmuraron: «demasiados Césares».

[Καισαρίων]


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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