Poesía y Erotismo en la edad de la fe

Amar es el dolor más intenso en la historia del hombre. Dicha y sufrimiento se dan cita en los encuentros amorosos pues de ellos obtiene, con su comercio y posterior renunciación, el conocimiento de la sabiduría. Pero quien se niega a someterse a la búsqueda de los deleites que depara la Belleza, no sabrá del don de la Poesía, abisal refugio donde el individuo ve para siempre su eternidad. Pues ningún otro deseo está mejor ligado a la imaginación que el Amor. Por él, hombres y mujeres se sobrepasan a sí mismos y quieren integrarse al Cosmos. Fosa de la vida, el cielo y el infierno, su realización es tan honda que conduce hasta la negación de la existencia como expresión suprema de la entrega al Otro y la Otra que no somos. Muerte sin fin, el Amor nos posee para hacernos desaparecer a medida que nos es devuelta la perdida unidad paradisíaca de cuerpo y espíritu, despertando nuestras fuerzas de ángeles y bestias.

En Fedro, Banquete  y Fedón, se discurre sobre Eros como uno de los demonios que con mayor poder dominan al hombre. Actuamos porque un delirio nos posee, nos hace predecir el mañana, mediante la destilación de una inspiración que ve el futuro en los restos del pasado. Amor enloquece porque nos hace recordar las ideas que vimos en otros tiempos. Entonces despreciamos lo que los desposeídos por Eros no ven y nos toman por locos. Al ver un cuerpo que nos atrae y repele sentimos terror. Al contemplarlo más sufrimos Amor, hambre de Belleza que nos lleva de un cuerpo a otros cuerpos hasta que dar con el equilibrio total de la Sabiduría, hija de la andrógina Luna de Aristófanes.

El Occidente cristianizado reconoció el erotismo gracias al Diván al-Hamasa  de Abu Tammam; las Mu’alaqat, o  “siete qasidas doradas” de Hamad; y los gazales de Omar ibn Abí Rabí’a, Abu Nuwãs, Ibn Hazm y Al’Mutamid, autores de las antologías y poemas eróticos más influyentes entre las minorías que los conocieron, mientras leían a Platón y Aristóteles, en las universidades europeas medievales, atraídos, ante al espantoso infierno e inconcebible cielo de Pedro y Pablo, por la promesa de placeres sexuales, más allá de la muerte, que había prometido Alá sus adictos.

Abu Tammam abib Ibn Aws [أبو تمام حبيب بن أوس] [Jãsim, cerca de Damasco, 804 - Mosul 845], cambió su cristiano apellido paterno Tadeus por Aws y se inventó una genealogía árabe. Se dice que en su juventud trabajó en Damasco como aguatero, pero al irse a Egipto estudió poesía, aun cuando no se sabe en qué momento comenzó a escribir en verso, pero ya para el momento en que el califa al-Muʿtasim reinaba, había ganado reputación como poeta, donde fue el más aclamado panegirista de la hora. Viajó por Armenia y Nishapur, y a su regreso de Irán se detuvo en Hamadan, donde comenzó a recopilar su antología.  Un florilegio que trata de asuntos coetáneos a la novena centuria, juzgados y reconocidos en su calidad y decoro de lenguaje, así algunos denigraran del uso excesivo que hace de confusas técnicas poéticas. Textos que describen la buena fortuna en las batallas, la paciencia para soportar calamidades, la sed de venganza y la constancia, incluso bajo regaño, en no desconocer la vida misma. Diez libros con un total de 884 poemas, en su mayor parte fragmentos de otros extensos, elegidos luego de un detallado análisis de sus leyendas y maneras.

Quizás te vea de nuevo.

¿Te miraré entonces con arrobo

como cuando tanto afecto te tuve

y nuestro tiempo apenas nacía?

Años fueron de amor,

tan profundos como para olvidarles

pensando que fueron días.

Y tras la separación,

fechas de pasión con dolor

como si fuesen años.

Entonces todo acabó,

años tan parecidos los unos a los otros

como si hubiese sido en sueños.

[HAT]

Hammad Ar-Rawiya [حماد الراوية‎] [Abu-l-Qasim Hammad ibn Abi Laila Sapur o ibn Maisara)] [Kufa, 694-], es considerado el primero en haber sistemáticamente reunido la poesía arábiga. Las Mu’alaqat  [المعلقات], un grupo de siete largos poemas [mohalacas] son consideradas lo mejor de la poesía preislámica. Su nombre significa Las Odas suspendidas, o Los poemas colgantes, porque, según la tradición, cuelgan en letras de oro en las paredes de la Kaaba en la Meca. También, porque como las piedras preciosas, son poemas que cuelgan en la mente y se admiran en silencio.  Hammad tuvo fama de ser uno de los hombres más sabios de su tiempo, conocedor de sus grandes batallas, sus historias, poemas, genealogías y dialectos. Se dice que se jactaba de ser capaz de recitar un centenar de extensas qasidas de cada una de las letras del alfabeto, todas de aquellos tiempos, aparte de pequeñas piezas y versos recientes. De allí su nombre, “el declamador de versos de memoria”. Tanto, como para que el califa omeya Al-Walid II le examinara y al declamar 2900 qasidas antiguas el monarca le dispensara cien mil dinares. También fue protegido por Yazid II y su sucesor Hisham ibn Abd al-Malik, quien le trajo desde Iraq a Damasco. Sin embargo, los críticos decían que más allá de su sabiduría no tuvo un verdadero manejo de la lengua porque cometía entre treinta y trescientos errores al recitar el Corán. Y aun cuando compuso poemas propios, se cree que muchos de los que aparecen en su antología, son suyos.

Miraba con sus negros ojos de gacela,

con su piel como el oro puro,

con su perfecto cuerpo

como una rama cimbreante

y la curva del vientre

y ese escote

que hincha, orgulloso, su seno.

[An-Nabiga]

Omar ibn Abí Rabí’a [Umar ibn ʿAbd Allāh ibn Abī Rabīʿah al-Makhzūmī ] [Meca, 644-719], hijo de un rico mercader de Makhzūm en el actual Iraq, miembro de la tribu Quraysh a la que pertenecía Mahoma, llevó una vida marcada por numerosas aventuras y viajes por Arabia, Siria y Mesopotamia que le enemistaron con varios califas. Su poesía ofrece valiosos retratos de la vida social de los aristócratas de Medina y la Meca de su tiempo, así este centrada en su propia vida y emociones evitando los temas tradicionales de viajes, batallas, sabidurías tribales, y celebre sus lances amorosos con nobles damas árabes que venían a la Meca en las peregrinaciones, como que a  los setenta años tuvo que jurar a Omar II que abandonaría sus seducciones.  Copio dos de ellos incluidos por Max Weisweiler en [Arabescos de amor, recopilación de historias árabes primitivas de amor y mujeres, 1968], con traducción de Enrique Ortega:

Échate en la arena, le dije,

aun cuando el desierto no haya sido jamás tu almohada.

Cumplo, dijo ella, todo cuanto que tu boca anhela.

Me has ordenado que haga lo que jamás hice.

Después la besé en aquellas horas de la noche

con la avidez con que las moscas sorben la dulce miel.

A la mañana siguiente se lamentó: Has robado mi honor.

Soy de nuevo libre, pero ¿quieres tomarme otra vez?

Pero no la tomé más. Me arrebujé, tras de su espalda,

y cerré los ojos. Le dije: “Mañana temprano correrán tus lágrimas”

Entonces se levantó, borró con sus vestidos las huellas de nuestros cuerpos

y buscó la hilera de perlas diseminadas por la arena del desierto.

*

El cuervo grita cuando se le arrebata alguna presa

Pero ¿cómo no grita cuando se separa de ella?

Les seguí sin descanso, seguí la reata de camellos

Hasta llegar cerca de una mujer que custodiaba la litera.

“Por vida de mis hermanos” dijo ella. “¡Por el honor de mi padre! 

si no te alejas de mí, alertaré a toda la tribu.”

Entonces acaricié sus rizos y besé su boca

como la tierra reseca absorbe ansiosa la humedad.

Sus tersos dedos, pintados de rojo,

agarraron mis manos en recompensa a mis contactos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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