Poesía y Erotismo en la edad de la fe

Este período ha sido llamado por Johannes Bühler [Vida y cultura en la Edad Media, México, 1957], de la senectus, frente al de iuventus, que marca la aparición de la poesía lúdica medieval, o del romance.  Con estas categorías explica cómo el ideal de la senex  domina la primera mitad de la Edad Media.  Dice que a pesar de hablarse de los juveniles germanos, “que echaron por tierra el imperio durante las invasiones”, la vida espiritual los pueblos había cambiado poco desde fines del neolítico hasta la era en que entraron a formar parte de la cultura mediterránea.  Sus concepciones del mundo eran de carácter trágico, en sus héroes y  dioses imperaban la fatalidad y hasta culpaban a Odín del fracaso del mundo antiguo y estaban dispuestos a sacrificarlo para salvarse. Los germanos asimilaron, desarrollaron y transformaron el mundo romano, pues tanto el germanismo y el romanisno se encontraban, al llegar las migraciones bárbaras, poco más, poco menos, en el mismo plano de evolución y no existían grandes dificultades que se opusieran a una inteligencia y a una comunidad de vida entre dos mundos coincidentes en sus concepciones y ritmo de vida, basados, en últimas, en la idea de la senex.

Borges [Literaturas germánicas medievales, Buenos Aires, 1965,] ha traducido el momento en que Edwine de Northumbria se convierte al cristianismo y que parece confirmar las conjeturas de Bühler.  Según Beda el Venerable [Ecclesiastical History of the English Nation, London, 1896] Edwine favorecía la adopción del cristianismo como religión oficial gracias a una visión que había tenido en Roedwald, e incluso había permitido que su hija Eanfled fuera bautizada.  El día del nacimiento de su hija, Eomer, emisario del rey de Wessex, había atentado contra su vida.  Salvado milagrosamente del atentado, Edwine prometió convertirse al cristianismo si podía vencer a su enemigo. Absteniéndose de recurrir a sus dioses particulares, en la creencia de que esto le ayudaría, logró vencer a Cwichelm.  Mientras tanto el papa Bonifacio había enviado a la reina una carta, un espejo de plata y un peine de marfil y tras estos presentes un misionero para que enseñara la nueva fe.  Edwine reunió a sus nobles y consejeros, pero interrogó sobre la nueva religión al sumo sacerdote, Coifi, quien sin vacilar dijo: “Rey, ninguno entre tus hombres ha sido más diligente que yo en el culto de nuestros dioses, y sin embargo, hay muchos a quienes tu favoreces más y cuyas empresas son más prósperas.  Si lo dioses sirvieran para algo, me habrían beneficiado más bien a mí, que puse tanto empeño en servirlos.  Por consiguiente, si estas nuevas doctrinas pueden resultar más eficaces, conviene recibirlas sin demora”.  Luego de estas palabras Coifi y los demás personajes participaron en la destrucción del templo que había en Goodmanham, y el propio rey se hizo bautizar en York durante la semana santa del seiscientos veintisiete.

A medida que las lenguas vernáculas se incrementaron las primeras manifestaciones colectivas de un cambio de rumbo en la poesía y la vida se hicieron evidentes con la aparición de los tunantes y sus canciones eróticas. A partir del siglo séptimo, estudiantes y profesores comenzaron a vagar de una parte a otra de Europa. Algunos poemas de maestros como Fortunato, Walafrido Strabon y Sedulio Scoto son de este período. Pioneros en esas visiones eróticas del amor fueron Agatías, autor de un buen número de poemas amorosos agrupados bajo el título general de Dafniaca, y de una famosa antología donde se incluye:

Todas las noches insomne gimo.  Cuando después, con el alba obtengo la gracia del sueño, escucho la golondrina que disipando el grato sopor me impulsa al llanto: ella interrumpe el sueño con el recuerdo y el pensamiento de mi amor.  Calla, charlatana.  Vete a los montes, busca allá arriba un nido de abubilla para refugiarte; para que yo pueda reposar un poco y con el sueño imaginarme que estoy en brazos de mi amada.

No me gusta el vino, más si quieres que beba, trasiega tu primero y pásame la copa.  Después que has posado los labios, no es cosa fácil abstenerse ni rechazar la oferta: la copa me transmite tu beso y me cuenta los favores recibidos de ti.

Como no podía besarme porque nos miraban, se desató la banda que llevaba a la cintura y empezó a besar un cabo de ella.  Yo tomé el otro y recogí el regalo del amor sorbiendo los besos y apretando mis labios al cinturón.  De tal manera nuestro dolor encontró alivio, nuestros besos corrían a lo largo de la blanda tela.

[Versiones de José Almoina, Carlos Esplá y José López Pérez]

Agatías Escolástico [Myrina, c. 536-582] estudió en Alejandría leyes y en Constantinopla ejerció de abogado. Ciclo de los nuevos epigramas fue compuesto a partir de las antologías de Meleagro y Diógenes Laercio y gozó de enorme popularidad. El epigrama fue una composición breve para ser grabada en monumentos u obras de arte. La Antología Palatina contiene unos tres mil setecientos de ellos con un total de veintidós mil versos, dividida en quince libros, el quinto, de epigramas eróticos. Como género fue clasificado, en orden alfabético, por Justiniano. Agatías los dividió de acuerdo a los temas, fueran votivos, descriptivos, funerarios, anecdóticos, satíricos, eróticos o báquicos. De este poeta e historiador bizantino se conservan unos cien epigramas en la Antología griega.  Escribió, a los treinta años, una historia de su tiempo: Del reinado de Justiniano, en cinco volúmenes que comienza donde terminan las Historias de las guerras, de  Procopio.

Marbod, obispo de Rennes:

Loca erraba mi mente, presa de ardor de placeres…

¿No amé por ventura a ellos o a ellas más que a mis ojos?

Pero ahora, alado niño, autor de amor, queda fuera,

y lugar para ti, Citerea, no la haya en mi casa!

Los brazos de un sexo y del otro ya no me deleitan.

[Versión de Antonio Alatorre]

Marbod de Rennes [Angers, c. 1035 –1123] fue arcediano y maestro de escuela en su pueblo natal y más tarde obispo en Britania, poeta, hagiógrafo e himnólogo. Al cumplir sus ochenta y ocho años renuncio al obispado y se refugió en el monasterio benedictino de San Aubin, donde murió. Famoso por sus escritos en latín, su más conocida obra fue el Liber de lapidibus, un compendio de mitológicas gemas de sabidurías que fueron traducidas a varios idiomas durante el siglo XIV. Sus poemas líricos se ocupan de una variedad de temas que incluyen francos poemas eróticos a hombres y mujeres que circularon en florilegios y colecciones estudiantiles. Sus poemas que celebran la belleza de los muchachos y los deseos homosexuales rechazan la copula, continuando una tradición medieval que cantaba la amistad entre los del mismo sexo pero rechazaba la “debilidad” de las relaciones sexuales entre ellos. El Liber de lapidibus, de más de setecientos hexámetros, enumera sesenta clases de piedras preciosas, cada una con sus virtudes mágicas y milagrosas.  Copio una muestra: 

Esta piedra nace en el hígado de un gallo, privado de testículos, que haya vivido por lo menos tres años como eunuco, y el nacer así no es pequeña cosa.  Después crece durante cuatro años, pero sin exceder del tamaño de un haba.  Es semejante al cristal o al agua clara, y los antiguos le pusieron por nombre Allectorium. Esta piedra hace invencible al que la lleva, da facundia al orador, apaga la sed, es excitante para los placeres venéreos y útil a la mujer que quiere agradar a su marido.  Para que produzca estos buenos resultados hay que llevarla encerrada en la boca.

La poesía que exalta la sodomía es muy antigua, se remonta hasta los antiguos griegos y pasó a la Edad Media como imitación unas veces y otras, como expresión de pasiones reales. Para los griegos la belleza era masculina en cuerpo y alma. Lo masculino era el sostén del estado y la sociedad. Cada hombre adulto debía elegir un joven para educarlo y es raro encontrar algún escrito donde no se elogie, sexualmente, la belleza de muchachos y jóvenes. Anacreonte [Teos, 572-485] es un poeta sodomita por excelencia: 

Pínta Batilo, el amor mío. Voy a guiar tu pincel. Dale cabellos brillantes, de reflejos dorados, y bucles que se enreden sin más ley que su capricho. Bajo su frente tierna y delicada dibuja unas cejas más sombrías que las escamas de una serpiente. Que sus ojos negros lancen relámpagos, al tiempo que respiren serenidad. De estas dos expresiones,  una  viene de Marte y  otra  de  Citerea. Así, por un lado, se tiembla al verle, y por el otro no se acaba de perder la esperanza. Que sus mejillas seas rosadas y aterciopeladas, como una fruta madura; revístelas, si tu arte puede tanto, de un púdico rubor. En cuanto a los labios, debes trazarlos delicados, llenos de seducción. En una palabra: que la cera muda parezca que hable. Que su cabeza descanse sobre un cuello de marfil, más gracioso que el de Adonis. Dale el pecho y las manos de Mercurio, las piernas de Pólux, el vientre de Baco; y encima de sus piernas elegantes, que colora el ardor de la sangre, dibuja un sexo delicado, que aspire ya a los brazos de Pafos. Tu arte está celoso de la belleza, puesto que no puedes mostrarnos las nalgas de Batilo. Es lamentable. Y en cuanto a los pies, ¿qué podría decirte? Fija tú mismo el precio de tu obra. Toma esta imagen de Apolo, y conviértela en un Batilo. Y si algún día vas a Samos, pinta a Febo, pero toma a Batilo por modelo.

[Versión de Agustín de Esclasans y Harold Alvarado Tenorio]

En el derecho musulmán la fornicación y la sodomía debían ser castigadas con la muerte, pero el aumento de la riqueza produjo éticas acomodaticias, penando la fornicación con azotes y pasando por alto la homosexualidad. Los travestis musulmanes (mukhannath), como los de hoy, imitaban el vestido y la conducta de las mujeres, rizaban sus cabellos, pintaban sus uñas con alheña y danzaban obscenamente. Solimán hizo castrar los travestis de la Meca y al-Hadi ordenó decapitar dos sirvientas lesbianas sorprendidas en acción. Muchos de los poemas de Abu Nuwãs elogian estas prácticas. Atacada por el cristianismo con cierta eficacia en los últimos tiempos del Imperio Romano, la sodomía reapareció con las Cruzadas, como resultado de las influencias orientales y el aislamiento de monjas y frailes. Se sabe que era una práctica preferida por los Templarios. Los Penitenciales mencionan la frecuencia de este placer entre los religiosos. La copulación con animales, según aparece en los registros del Parlamento Inglés, era condenada con la muerte de ambos participantes. Perros, cabras, vacas, cerdos y gansos fueron condenados a la hoguera con sus amantes humanos.

Baudri de Bourgueil:

Me achacan también que, hablando cual los jóvenes hablan,

escriba versos a muchachas y muchachos.

He escrito, sí, varias cosas donde amor es el tema,

y a mis versos les gusta el uno y otro sexo.

De Baudri [Meung-sur-Loire, 1046-1130], sabemos que fue arzobispo de Dol, en Bretaña.  Educado en Meung y en Angers, ingresó a la abadía de los benedictinos de Bourgueil y en mil setenta y nueve llegó a ser abad, a pesar de gastaba su tiempo más en asuntos literarios que en oficios religiosos.  No habiendo logrado ser obispo de Orleans, obtuvo el arzobispado de Dol en el mil ciento siete y se recibió en Roma un año después. Se dice que vivió en Inglaterra por dos años hasta el mil ciento diecinueve cuando regresó a Francia para abandonar sus responsabilidades religiosas y retirarse a Normandía, en Samson-sur-Risle, donde murió el cinco de febrero de mil ciento treinta. A pesar de haber escrito varios y sustanciosos poemas todavía se le conoce más como historiador gracias a Historiae Hierosolymitanae, donde hace una memoria de la primera cruzada, entre 1095 y 1099.

Hilario:

Pelo rubio, rostro hermoso, cuello blanco y tierno,

suave y blanda voz…  ¿Más cómo describirte intento? 

Eres todo lindo y dulce, no hay en ti defecto,

mas no puedes vivir casto, puesto que eres bello.

Te lo juro.  Si volvieran de Jove los tiempos,

ya no fuera Ganimedes su gentil copero;

Tú sirvieras dulces vasos, preso allá en el cielo,

y en la noche al dios le dieras aún más dulces besos.

 [Versión de Antonio Alatorre]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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