Poesía y Erotismo en la edad de la fe

Los líricos y los amores más celebrados de los tiempos medievales, antes que Dante llevará hasta el mismo cielo su pasión por Beatriz, fueron  Heloísa, Pedro Abelardo y Walther von der Vogelweide.

Abelardo llegó a París a los veinte años. París era el centro de la Escolástica.  Allí, en la escuela de la Catedral de Notre-Dame, discutió las teorías filosóficas del Realismo  con William de Champeaux,  convirtiéndose en uno de los más progresivos maestros en el arte de la dialéctica.

Por todas partes se hablaba de él —dice Carlos Francisco María Rémusat [Abélard, volumen I, pg., 218, París 1845] —. Desde Bretaña, desde Inglaterra, del país de los Suevos y de los Teutones venían gentes a oírle: la misma Roma llegó a enviarle alumnos. Los transeúntes se detenían a su paso para contemplarle; los vecinos de las casas bajaban a sus puertas con el fin único de verle, y las mujeres levantaban las cortinas que cubrían los vidrios ruines de sus estrechas ventanas. Habíale adoptado París por hijo suyo y le consideraba como su lumbrera más esclarecida.

Se ha llegado a creer que el total de sus discípulos llegó a cinco mil, incluidos el futuro Papa Celestino II, diez y nueve Cardenales, más de cincuenta Obispos y Arzobispos franceses, ingleses y alemanes y un número mayor de contestatarios Hasta que un cambio de la fortuna le sorprendería. En la Catedral vivía, bajo el cuidado de su tío, una jovencita de nombre Heloísa. Bella, su atractivo se hacía más notable gracias a su inteligencia y habilidad para el conocimiento, que incluía una excepcional capacidad para los idiomas, como el latín, que hablaba perfectamente, el griego y el hebreo. Enamorado de ella, Abelardo, de treinta y seis entonces, logró establecerse en la propia casa de Fulberto, como preceptor de la sobrina.

A esta jovencita [...] —dice Abelardo [Historia calamitatum mearum, Saint Paul, 1922, capítulo V.]— decidí unirme con los lazos del amor. Y ello me pareció fácil de obtener. Distinguido era mi nombre y poseyendo las ventajas de la juventud,  no temía  ser rechazado por mujer alguna a quien yo quisiera favorecer con mi amor [...] Así, incendiado de pasión por esta doncella, procuré el modo de poder conversar diaria y familiarmente con ella para conseguir con mayor facilidad su consentimiento. Persuadí al tío para que me hospedara en su casa, a cambio de una pequeña suma. Era un hombre carcomido por la avaricia y creía ganar con mis enseñanzas para Heloísa [...]

Entonces  con el pretexto de los estudios, nos abandonamos enteramente al amor, a todos aquellos lugares secretos que el amor demanda, mientras el estudio de nuestros textos nos fortalecía. Y así, mientras los libros permanecían abiertos delante de nosotros, más palabras de amor salían de nuestros labios que literatura, los besos eran más frecuentes que los discursos. A menudo nuestras manos iban a nuestros pechos más que las páginas; el amor hacía que nuestros ojos se dirigieran más a sí mismos que al estudio de los libros... Ningún estado del amor omitimos en nuestra codicia del placer, y, si el amor puede inventar algo nuevo, lo agregamos.

Pronto su relación fue conocida por todos. El propio Abelardo compuso poemas sobre su amor, que eran cantados por los estudiantes en calles y tabernas. Heloísa quedó embarazada y su amante la llevó a Bretaña, donde dio a luz a Astrolabio. Para apaciguar las furias del tío, Abelardo prometió casarse con ella bajo la condición de que el hecho no se divulgase y así no destruir sus posibilidades de ascenso en la carrera eclesiástica. Heloísa se opuso largo tiempo al matrimonio. Creía ella que los filósofos no debían estar atados con un vínculo que destruía el amor. Sin embargo terminó por aceptar la fórmula y se casaron en París en presencia de Fulberto. Pero la nueva fue pronto conocida por todos y aun cuando Heloísa negara el hecho el escándalo no pudo contenerse. Entonces Abelardo envió a la esposa al convento de Argenteuil. Los parientes de ella se sintieron engañados y entrando una noche a las habitaciones de Abelardo, le castraron. Ante la desgracia irreparable, obligó a Heloísa a profesar como monja y él mismo hizo votos monacales.

Se supone que la Historia calamitatum mearum de Abelardo fue escrita durante su permanencia en la abadía de San Gildas. Al conocer el texto, Heloísa habría escrito a su amado esta carta [C.K., Scott-Montcrieff: Letters of Abélard and Héloïse, New York, 1926, pg., 53]:

[...] Ya sabes, amadísimo (todos los saben), lo que yo perdí en ti [...] Obediente a tu mandato, cambié de hábito y de corazón, para que se viera que eres el posesor así de mi cuerpo como de mi espíritu [...] No busqué votos de matrimonio, ni ninguna dote [...] Y aunque el nombre de esposa parezca más sagrado y válido, más dulce para mí es siempre el de amigo, o si no te avergüenza, concubina o querida [...] Pongo a Dios por testigo de que si Augusto, gobernando todo el mundo, me considerara digna del honor del matrimonio y de confiarme todo el mundo, para que yo lo gobernase para siempre, más grato me sería y de mayor dignidad me parecería ser llamada tu manceba que su emperatriz [...]

Pues, ¿quién, entre reyes o filósofos, podría igualarte en fama? ¿Qué reino, ciudad o aldea no ardía en deseos de verte? ¿Quién, pregunto, no se apresuraba a contemplarte cuando aparecías en público? [...] ¿Qué esposa, qué doncella no te anhelaba en tu ausencia, no ardía en tu presencia? ¿Qué reina o poderosa dama no envidiaba mis gozos y mi lecho? [...].

Las canciones de amor de Abelardo no se conocen. Pero se conservan seis planctus, donde recrea la vida de varios personajes bíblicos, lamentado sus tragedias. Uno de ellos está inspirado en la historia de Dina y Siquem. Violada por Siquem, miembro de otra tribu, Dina, hija de Jacob, ama ardorosamente al hijo de Jamor, y se va a vivir con él, mientras Siquem y Jamor buscan afanosamente un acuerdo matrimonial con Simeón y Leví, hermanos de Dina. Habiendo aceptado circuncidarse, no obstante, los hermanos deciden vengar la afrenta dándole muerte y asesinando a todos los hombres de su tribu. En el fragmento de la vida de Jacob nada sabemos de los sentimientos de la muchacha, pero para Abelardo, representa la tragedia de una mujer que ha perdido en Siquem a quien más ama. El verdadero amor —parece decir ella— es el único camino de redención ante las condenas morales de la sociedad. Abelardo canta por boca de Dina:

Impelido a violarme, arrastrado por mi belleza,

¿en qué juez no hubieras encontrado benevolencia?

No opinasteis así Simeón y Leví,

hermanos míos, justos y crueles en demasía a un tiempo,

pues confundisteis en el castigo a inocentes

e irritasteis también a nuestro padre.

¡Por ello sois odiosos!

El móvil del amor y la satisfacción de la culpa

en cualquier juicio son atenuantes...

¡Ay de mí, ay de ti, desgraciado muchacho!

¡En qué ruina te precipitas con tu gran pueblo!

 

En otro de los planctus, David lamenta la muerte de Jonatás, pero allí resuena de nuevo la historia de la pareja:

Si pudiese yacer contigo en una tumba, feliz moriría,

pues, de los dones que amor prodiga ninguno sería mayor.

Vivir, estando tu bajo tierra, fuera muerte incesante;

para apartar mi vida de la muerte media alma no es bastante.

Abandono la lira. Cese el tañido. ¡Si pudiera

acallar así mis suspiros!

Lastimadas mis manos, ronca mi voz,

desfallece mi espíritu.

 

Se cree que Walther von der Vogelweide nació hacia el 1170 y murió en 1280. A pesar de su fama poco sabemos de él y toda información sobre su vida se ha deducido de los poemas que se le atribuyen. Cuando nació, Tirol y Viena eran las sedes de notables Minnesingers. Viena, bajo Federico I, era también un centro del arte y la poesía. Allí aprendió composición con Reinnar El Viejo, cuya muerte luego lamentaría en dos de sus más bellos poemas. Esta época de su vida, cuando compuso los poemas amorosos más espontáneos, terminó al morir el duque en 1198. A partir de entonces vagaría de corte en corte mendigando alimento y cobija, a la espera de que alguien terminara con esa vida de azares. Pero su actitud crítica ante hombres y comportamientos, así no fuese directa sino velada en sus poemas, le apartaron de posibles protectores. Fue un fervoroso partidario de la independencia de Alemania frente al Papado. Aun cuando su fe católica está probada en su poesía, hasta el final de sus días se opuso a las pretensiones de los Papas, a quienes ataca con una acidez que no puede explicarse sólo como patriotismo. Al final recibió como recompensa una pequeña propiedad en Franconia, de manos de Federico II, quien le había hecho tutor de su hijo. Fue enterrado en Würzburg, bajo instrucciones suyas, según las cuales sobre tu tumba debía darse de comer, diariamente, a los pájaros.  Vogelweide significa refugio de aves, prado de los pájaros, aviario.

Más allá de sus ideas, actitudes y poemas patrióticos su gloria reside en sus canciones eróticas, que hicieron a sus contemporáneos tenerle como el maestro por excelencia del canto. Sus primeras canciones celebran el goce de vivir, la naturaleza y la gloria de amar. Muchas de ellas salvan el amor de los tópicos de su tiempo y hacen de la mujer y no la dama, como en Unter der linden..., el centro de atención. En ésta, con la liviandad que caracteriza el género, una muchacha que regresa de una cita bajo un tilo  cuenta, con pudor y malicia los goces recibidos. Pero todo queda en secreto pues el pajarillo que fue único testigo será discreto y no habrá de traicionarla.

Bajo los tilos,

en el brezal,

había un lecho para los dos;

allí formaban,

entremezcladas,

flores y hierbas blanco colchón.

En la espesura—

¡tandaraday!—

dulce era el canto del ruiseñor.

 

Yo iba corriendo

por el sendero;

allí mi amor me esperaba ya.

Allí hechizada,

¡feliz momento!,

fui para siempre en felicidad.

¿Besome él? Más de mil veces.

¡Tandaraday!

¡Mirad mi boca cuán roja está!

 

Con prisa y gozo

mi amor dispuso

fragante lecho para los dos.

Una sonrisa

despertará,

en los que sigan aquel sendero,

el ver el hueco que, entre las rosas,—

¡tandaraday!—

dejó mi cuerpo bajo el amor.

 

¡Oh, qué vergüenza,

si alguien hubiese

(Dios no lo quiera) espiado allá!

 

Mas lo que hicimos

nadie lo supo,

salvo mi dulce amor y yo,

y el pajarito—

¡tandaraday!—

que a nadie nunca lo contara.

[Traducción de C.A. Jordana]

Como ésta, escribió otras canciones para jovencitas pobres, con emociones sin artificio ni quejas amargas por los remilgos de la amante. En Tomad señora, esta guirnalda, se evidencian también esas tendencias revolucionarias de sus cantos. Mientras sueña, el poeta realiza con una muchacha, el amor que las señoras no pueden prodigarle:

Tomad señora esta guirnalda”, así hablé a una hermosa muchacha: “así honraréis la danza, con las bellas flores que os coronan. Si tuviera piedras nobles serían para vuestro cabello, debéis creerme. Por mi fe, esto digo”.
Ella tomó lo que le ofrecía como lo habría tomado un niño de buena crianza. Sus mejillas enrojecieron, igual que la rosa que está junto a los lirios. Entonces se avergonzaron de sus resplandecientes ojos: no obstante se inclinó graciosamente. Ésta fue mi recompensa: si se hace más mía, lo guardaré en secreto.
Creí que nunca fui más dichoso de lo que fui entonces. Las flores caían de los árboles junto a nosotros en la yerba. He aquí que reí de felicidad. Cuando era tan maravillosamente rico en mi sueño, entonces vino el día y tuve que levantarme.
Tanto me ha turbado, que este verano a todas las muchachas que encuentro tengo que mirarlas profundamente a los ojos: quizá alguna será mía: entonces se irán mis penas. ¿Y qué, si ella estaba en esta danza? Damas, por favor, descubrid un poco vuestros tocados. ¡Oh, si pudiera ver su faz bajo una guirnalda!

[Traducción de Josep Pujol]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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