Poesía y Erotismo en la edad de la fe

La mayor parte de la vida de Abu Ali Hal-asan ibn Harni’al-Hakami [ أبو نواس الحسن بن هانئ الحكمي] [al-Ahvaz, 747-815], conocido como Abu Nuwãs, fue licenciosa y alejada de la religión, pero en sus últimos años se hizo asceta. Vivió su juventud en Basora, donde estudió el Corán y la gramática y tuvo por maestro y amante al poeta Waliba ibn al-Hubab, bardo libertino, que se lo llevó a vivir con él a Kufa, pero ya mayor se mudó a Bagdad, donde murió.  Dos de sus aventuras con Harún al Rashid figuran en Las mil noches y una. Genial, cínico, inmoral, su vida fue la fuente principal de inspiración para su obra. En sus canciones al vino pueden descubrirse las formas de comportamiento de las clases altas de Bagdad y fue el primero en ridiculizar las qasidas por encontrarlas antinaturales. El manuscrito de sus poemas que se encuentra en Viena, unos cinco mil versos, fueron clasificados de acuerdo a su materia: vino, caza, oración, sátiras, amores juveniles, amor a las mujeres, obscenidades, blasfemias, elegías y lamentaciones seniles. Sus qasidas no evocan a los nómades del desierto pero son un refinado arte esquemático que pinta la vida urbana de la corte de los califas, tratando de cerrar la brecha entre vida y poesía. Uno de sus poemas, en versión de C.A. Jordana, dice:

Ven, cántame,

y tráeme vino.

Venga a mí el dulce, brillante jarro;

llene una copa en que me anegue

en el olvido... y ¡cuánto quiera

clame el almuédano en su alminar!

 

Peca, amigo, sin tasa ni medida:

Alá siempre está pronto a moderar su ira.

Cuando llegue tu hora, sin duda encontrarás

arriba un Rey, aunque potente, tierno;

tirarás de tu pelo cuando recuerdes

todo el goce perdido por miedo al infierno.

 

Abu Muhammad ’Ali ibn. Hazm [أبو محمد علي بن احمد بن سعيد بن حزم], mejor conocido como Ibn Hazm, nació y murió en Córdoba (994-1064). Perteneció a la escuela Zahirita, de teología y jurisprudencia, que repudiaba toda interpretación cuyo fundamento fuera autoritario o analógico del Corán, ateniéndose apenas al sentido externo o zahir  de los textos. Fue un violento polemista y tuvo muchos enemigos a causa de su dogmatismo. Compuso obras de teología, historia y derecho. Fue descendiente de una familia visigoda o persa y su padre había sido ministro de la corte omeya. Su juventud coincidió con la caída del califato de Córdoba. Después de intervenir en un intento fracasado para restablecer el califato, se retiró de la política y se dedicó a las ciencias y la poesía. Se le atribuyen unas cuatrocientas obras. Entre ellas sobresale El collar de la paloma. Ibn Hazm desarrolla en este libro una filosofía del amor, —en treinta capítulos dedicados a su naturaleza fenomenología, relaciones, penas, alegrías, obstáculos, medios, desviaciones y virtudes—, donde la atracción mutua de dos seres, si es de naturaleza duradera, pone de manifiesto una afinidad electiva de las almas, que existiría desde la eternidad. Idea que se encuentra bien arraigada en el Islamismo y se relaciona con un decir del Profeta según el cual las almas están emparejadas desde el origen y en la tierra sólo reconocen su analogía, sin importar el sexo. El tratado está redactado en prosa y verso, demostrando las habilidades del autor en uno y otro género:

Yo conozco a un mancebo y a una esclava que se amaban mutuamente. Como quisiera unirse a ella en forma poco decorosa, le dijo: No muchos días después asistía la esclava a una reunión de los grandes magnates, las gentes principales de la corte y los hombres más eminentes del Califato, junto con una multitud de personas de respeto, entre mujeres y domésticos. Formaba asimismo con los asistentes aquel mancebo, de algún modo emparentado con el dueño de casa. Había en el sarao otras cantoras, a más de aquella esclava; pero cuando le llegó a ella su vez, templó el laúd y se arrancó cantando estos versos antiguos:

Un mancebo hermoso como una gacela, par de la luna llena

o del sol cuando luce abriéndose paso entre las nubes,

cautivó mi corazón con sus miradas lánguidas

y con su talle parecido a una rama en su esbeltez.

Me humillé a él como se mukilla el dócil amante;

me sometí a él como se somete el locamente enamorado.

Pero ven a mí, amor mío, de una lícita,

porque no me gusta la unión por caminos vedados.

[Versión de Emilio García Gómez]

al’Mutamid ibn. ’Abbâd [محمد بن عباد المعتمد] [Sevilla, 1027-1095], fue el tercero y último de los miembros de la dinastía abasida y es el mejor ejemplo de un andalusí cultivado: liberal, tolerante y protector de artistas y poetas. Cuando tuvo  trece años  fue enviado por su padre al mando de una expedición militar para sitiar Silves. Como tenía tan poca edad, al-Mu’tadid hizo acompañar a su hijo del aventurero y poeta  Ibn ’Ammâr, a quien, luego de muchos perdones y traiciones, el propio  al-Mu‘tamid  daría muerte.  Murió desterrado en Agmât, cerca de Meknés. Allí escribió sus mejores poemas, no pocos de ellos, únicos en su arte en la lengua árabe. Fue otro, entre tantos y varios, de los más notables poetas líricos de al-Ándalus. Su poesía puede clasificarse en tres etapas: cuando fue príncipe, luego rey y desterrado. La pasión por las jóvenes le inspiró elegantes poemas donde la búsqueda de la belleza no oculta las intenciones eróticas:

En un sueño viniste a mi cama de amor.

Parecía que tu  suave brazo me servía de almohada.

Parecía que me abrazaras, que sufríamos de amor y desvelo.

Parecía que te besaba en los labios, la nuca, las mejillas

y que lograba mi propósito.

¡Por amor tuyo!

Si no me visitara tu imagen nocturna,

jamás podría conocer el sabor del sueño.

[Versión de Miguel José Hagerty]

Como estos, los compuestos durante su permanencia en Silves y en los días felices del reinado muestran su afición por el vino, las mujeres, los círculos de amigos en los fabulosos palacios sevillanos, la música y el canto. Se dice que nunca sintió amor por mujer alguna pero lo recibió de amigos y queridas. Su talento poético es bien apreciable en los poemas que escribió en Marruecos en los últimos días de su vida.

Conocida es la oposición que durante los primeros siglos de la Edad Media ejerció la iglesia contra la poesía pagana y sus concepciones del mundo.  Ante el sentimiento de fracaso que se percibía con el fin del Imperio Romano, la iglesia impuso una doctrina que ofrecía la salvación del alma frente a los placeres y conquistas terrenales.  Su lenguaje, aprendido en Horacio, Virgilio y Ovidio, se fue transformando paulatinamente en un mensaje que comprendían las  mayorías reunidas en torno a los predicadores.  Palabras donde lo más absurdo era intensa claridad y llenaba de gozo y entusiasmo a sus seguidores. Una voz y una doctrina ideológicas y escasamente poéticas.

La literatura de los primeros siglos cristianos puede ejemplificarse en los apuntes de la catecúmena Perpetua, puesta en prisión durante las persecuciones de Septimio Severo en Cartago, en el siglo III. 

Cuando nosotros no estábamos todavía en la cárcel, mi padre intentaba con sus palabras hacerme cambiar de opinión, y por amor hacia mí, trataba continuamente de quebrantar mi decisión de ser cristiana.  En esos mismos días fuimos bautizados, y el espíritu santo me dictó no solicitar del bautismo otra cosa sino la capacidad de resistencia frente a la carne.  Pocos días después fuimos conducidos a la cárcel y yo me asusté pues  nunca había conocido una obscuridad así.  ¡Qué aciago día!  Un aire terriblemente viciado a causa de las muchas personas, y además los malos tratos de los soldados; finalmente me atormentaba también la preocupación por el niño.  Entonces los venerables diáconos consiguieron, mediante dinero, que pudiésemos reponernos por espacio de unas horas en una mejor parte de la prisión.  Yo daba el pecho al niño, ya que se había debilitado de hambre.  Llena de preocupación por él, hablé a mi madre, consolé a mi hermano, les encomendé a mi hijo.  Yo sufría también al verlos sufrir por mi causa.  Soporté tales preocupaciones muchos días.  Y conseguí que el niño se quedase conmigo en la cárcel, y enseguida se repuso, y yo me liberé de la preocupación e intranquilidad por el niño, y de repente, la cárcel se convirtió para mí en palacio, de tal modo que no habría preferido estar en ninguna otra parte.

[Erich Auerbach: Lenguaje literario y público en la baja latinidad y en la edad media, Barcelona, 1966]

Este testimonio de una joven de veintidós años, es la literatura de una militante y la confirmación de cómo la ideología de la iglesia había prendido con fervor en grandes sectores de la población.  Tomar la prisión por palacio es un acto de juventud, una fe en el porvenir.  La lucha por una liberación posible y en marcha, parece no dar tiempo al juego amoroso.  La poesía cristiana florecerá, con otro auditorio, tres siglos después, pero su materia no será esperanzadora sino tétrica.  Eugenio de Toledo dirá a fines del siglo VII:

He aquí que el mundo vacila enfermo y anuncia ruina,

huyeron los hermosos tiempos, se acercan los pésimos,

acrecientan los malos, disminuyen los buenos.

Llora, infeliz Eugenio; te asalta ímprobo cansancio.

La vida pasa, el fin se avecina, la ira pende del cielo.

Llama ya a la puerta para entrar, el heraldo de la muerte.

La poesía de los cristianos primitivos estuvo poseída por un sentimiento de que todo lo producido en el presente era mezquino si se le comparaba con el pasado y la grandeza de los tiempos antiguos. Los escritores huían del presente y terminaron por refugiarse en las nuevas ideas del cristianismo con un tono lastimero cargado de terror ante el fin del mundo y la amenaza del demonio. Pero quienes no se acogieron a la nueva doctrina, se dedicaron, no al juego amoroso sino a la diversión con variaciones de palabras y géneros. La utilización fragmentaria de versos de otros, los centones, fue uno de los artificios preferidos. La epanalepsis, los poemas dibujos, la aglomeración de todas las medidas en un solo texto, enumeración de voces de animales y los versos anacíclicos son ejemplos de sus ocupaciones líricas. Publilio Optatiano Porfirio llegó por esos vericuetos a extremos inauditos. Se conservan veintiséis fragmentos de poesías suyas, de veinte a cuarenta hexámetros, cada uno con el mismo número de letras, de manera que cada poema ofrezca el aspecto de un cuadrado; ciertas letras de color rojo forman figuras, abreviaturas y adornos que leídas de conjunto pretenden decir algo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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